Desde hace meses hemos insistido en un tema que no sabemos cómo resolver y es el de la representación política. Las encuestas electorales no deberían gravitar tan intensamente en la decisión de los electores, se supone que los electores tendrían un vínculo con sus candidatos más allá de los resultados de las encuestas de intención de voto. De esta manera, aunque tal o cual candidato no esté en los primeros lugares, el elector votaría por esa agrupación para garantizar su presencia en la política nacional. Eso no sucede en Perú desde hace años.
Una ciudadanía que no se siente representada no necesariamente garantizará la defensa del orden constitucional ni de nuestro régimen de gobierno. La movilización en noviembre de 2020 tuvo una mezcla de hartazgo y conflicto con uno de los poderes del Estado más criticados como es el Congreso, un congreso al que muchas de esas personas movilizadas habían elegido meses atrás.
Probablemente el voto más ideológico o programático, quizá el más leal, está en el núcleo de algunos simpatizantes acciopopulistas, del fujimorismo y de la izquierda, sin embargo, eso parece no ser suficiente para ubicarlos en la segunda vuelta, salvo a AP. Lo que observamos es el ascenso de una figura pública que opta por el mensaje fácil, estentóreo, que, dada la fragmentación existente, tiene posibilidades de pasar a una segunda vuelta, por ahora con cerca del 10% de intención de voto. A un mes de la primera vuelta, menos de una cuarta de los electores parece que va definiendo quienes disputarán la presidencia en junio.