Lee la columna «¿Qué pasa en un país con liderazgos tan desprestigiados?» escrita por Martín Tanaka, investigador principal del IEP, para el Diario El Comercio ► http://bit.ly/46uYf6U
La celebración por las Fiestas Patrias contrasta con decisiones y eventos bochornosos de las últimas semanas, que afectan gravemente la legitimidad de nuestras instituciones. Tenemos a un Congreso que legisla en favor de la impunidad en graves casos de violación a los derechos humanos, y a un Ejecutivo que se suma al desafío a la Corte Interamericana de Derechos Humanos; cuando el Perú supuestamente intenta construir una reputación internacional de respeto al Estado de derecho y las instituciones. Tenemos a un presidente de la Junta Nacional de Justicia, entidad encargada de nombrar, evaluar, ratificar y sancionar a jueces, fiscales y otras altas autoridades, que cuenta con una sentencia por violencia familiar contra su exesposa. El recién electo presidente del Congreso tiene una denuncia en curso por violación sexual, lo que no impidió su nombramiento. Según Fernando Vivas, “a través de la candidatura de Jerí, la mayoría congresal está rechazando la ‘ideología de género’ que criminaliza no solo toda forma de abuso a la mujer, sino hasta la mínima sospecha de aquella. Para muchos de los que han votado por él, Jerí no es sospechoso de ser victimario, sino [una] víctima”. Todo esto al mismo tiempo que el propio Ministerio de la Mujer informa de un aumento sostenido en los últimos años de casos de violación, que afectan fundamentalmente a menores de edad.
Al mismo tiempo, sabemos que la aprobación a la gestión de la presidenta Boluarte es de apenas 2,5%, y que el 94% de los ciudadanos la desaprueba; y que la desaprobación al desempeño del Congreso es del 93% de los encuestados, según la encuesta del Instituto de Estudios Peruanos de julio. Ahí mismo se registra que, si bien un 44% se encuentra optimista respecto al futuro del país, ese porcentaje es claramente el menor de los últimos cinco años, mientras que la actitud pesimista ha ido en aumento, llegando al 30% de los encuestados. Al mismo tiempo, un 48% considera que somos un país “demasiado dividido, con diferencias irreconciliables”; solo un 17% piensa que somos “un país muy diverso, y esa diversidad es parte de nuestra riqueza”. Esos porcentajes eran 20% y 41%, respectivamente, en el 2019.
¿Qué pasa en un país con liderazgos e instituciones políticas tan desprestigiadas? En estos días estuve releyendo el prólogo de Hugo Neira a la quinta edición de su libro “Hacia la tercera mitad. Perú XVI-XXI. Ensayos de relectura herética” (Arequipa, ediciones El Lector, 2018). Según Neira, “en ese caso, se rompe la cohesión social. Hoy, las élites son despreciadas y odiadas por la masa del pueblo. Sospechan que el que se hace rico no es el resultado de su esfuerzo y talento, sino de algún lavado de activos […]. Las sociedades virtuosas han tenido éxito al incrementar su riqueza, sin autodestruirse. Nosotros no. Estamos viviendo la prosperidad del vicio. ¿Qué pasa cuando un país duda de sus élites? […] La falta de claridad entre quienes tienen algún estatus por mérito y los que no, produce desorganización social. Y de parte del pueblo y ante las leyes, un vasto y temible proceso de desacato colectivo. Estamos creando una sociedad incivil […]. Esto no lleva a una revolución social, que por lo general tiene una lógica distinta. Sino a un vasto e interminable desorden” (desde aquí un gran abrazo al profesor Neira).