Lee la columna escrita por nuestra investigadora principal, Roxana Barrantes, escrita para Jugo de Caigua ► https://bit.ly/48Q3wVu
La trascendencia del Nobel de Economía para Claudia Goldin
No, esta columna no será sobre los hallazgos de Goldin a través de diferentes y enjundiosas investigaciones, o su relevancia para la profesión. El experto en economía laboral y diferencias salariales de género ―hasta tiene una mejora metodológica con su nombre sobre cómo hacer las mediciones― es el recordado exjuguero Hugo Ñopo. Él ha dedicado varios hilos de X (antes Twitter) a explicar varios trabajos de la flamante Nobel de Economía 2023. Por ejemplo aquí y aquí.
Por otro lado, Carolina Trivelli ha expuesto con su usual claridad la importancia del premio en La Encerrona: los temas de género son esenciales y transversales también en nuestra profesión, en la que predominan los hombres. Viene a colación un dato sobre el cual Ñopo llamó mi atención: hay más hombres que se llaman Richard que han ganado un premio Nobel de Economía (cinco), que total de mujeres que lo han hecho (solo tres).
Lo que quiero compartir con ustedes hoy son esas historias que forjan el carácter y que probablemente ayuden a comprender a la persona y su genialidad.
Claudia Goldin es brillante. Estudió la secundaria en la prestigiosa escuela pública Bronx Science, que ostenta, si no el mayor, uno de los más altos números de graduados que ganaron premios Nobel. Cursó el pregrado en la Universidad de Cornell, donde tuvo como mentor a Alfred Kahn, reconocido experto en temas de regulación económica. Ese interés por la regulación ―y la curiosidad sobre el funcionamiento de los mercados que suele conllevar― la llevaron a elegir para el doctorado la Universidad de Chicago (la misma de los Chicago Boys) por su prestigio en temas de organización industrial.
Fue en Chicago donde Goldin se topó con economistas que la capturaron para la economía laboral y la historia económica. Bob Fogel, su asesor de tesis, fue inspirador en lo referido a la evidencia histórica. Pero el papel que tuvo Gary Becker en enamorarla de lo mejor que tiene que ofrecer la teoría económica fue trascendental, como se lo cuenta en una entrevista al legendario Orley Ashenfelter, profesor de Princeton y exeditor del American Economic Review.
En el trabajo de Claudia Goldin, en su manera de explicar lo que sabe, uno puede encontrar esa profunda intuición económica resultado de la exposición al trabajo de Becker, reconocido por cuestionar las aparentes obviedades que solemos dar por verdades, incluida la brecha salarial de género: no es necesariamente desigual pago por iguales labores, sino que lo transado en el mercado laboral es un vector de características, donde la flexibilidad se convierte en una dimensión valiosa (entre otras) que puede explicar la brecha salarial. No siempre se trata de “No quiero mujeres”.
Una clara discriminación encontró con su coautora, la brillante Cecilia Rouse, en un trabajo muy conocido sobre el aumento significativo del número de mujeres postulando a través de pruebas ciegas a posiciones en orquestas en los Estados Unidos. Si el jurado no sabía si la música que escuchaba provenía de hombres o mujeres, el número de estas que resultaban contratadas aumentaba.
En la Academia, se cuenta con el arbitraje “doble ciego”: ni la autora sabe quién le envía los comentarios, ni el comentarista sabe a quién está comentando. Esta práctica, generalizada en la actualidad, a fines de los ochenta, cuando yo era estudiante de doctorado, todavía no era la regla en la profesión sino una excepción a estudiar.
Pero sigamos con eso de ser una economista trabajando, además, asuntos de género. Goldin recuerda que pasó seis años como profesora en Princeton y que jamás fue invitada a dar una presentación académica. Tim Bresnahan, otro economista reputado, contó en Twitter una anécdota que pinta los setenta en los Estados Unidos, pero podría ocurrir hoy en cualquier universidad de nuestro país: un famoso jugador de béisbol iba a grabar un comercial en Princeton. Parte de la producción consistía en filmarlo en una oficina. ¿Ya adivinaron a quién sacaron de su escritorio para realizar la toma? Sí, a Claudia Goldin, quien usaba su despacho acaso con más intensidad que sus colegas hombres.
Pero ahí no queda el universo de anécdotas. Cuenta también, ahora en Freakonomics, la vez en que una multilateral la invitó a ser parte de un equipo de consultores para evaluar asuntos de discriminación salarial y de promoción en la entidad. Le ofrecieron una cantidad por su trabajo que fue pagada puntualmente. Tres meses después, la misma entidad la llamó para ponerla al tanto de que sus colegas varones habían recibido el doble que ella.
Junto con estas historias tenemos premiada este año a la primera mujer que obtuvo nombramiento (tenure) en el departamento de Economía en Harvard y a la primera presidenta de la Asociación Americana de Economistas. Y, por cierto, a la primera mujer que gana el Premio Nobel de Economía sola, sin acompañantes, por su gran trayectoria e inspiración.