Lee la columna «Representación de la informalidad» escrita por Martín Tanaka, investigador principal del IEP, para el Diario El Comercio ► https://bit.ly/4l74xOr
Hemos estado de ida y vuelta una y otra vez en las últimas décadas en cuanto a miradas del mundo informal, en torno a miradas “optimistas” y “pesimistas”, por así decirlo.
En la década de los ochenta (y antes) el mundo informal era la semilla de la regeneración del país, la base de la construcción de una comunidad nacional chola, el encuentro del mundo andino con la modernidad. En el mundo informal, donde primarían valores colectivistas y participativos, estaría prefigurado el socialismo, sería representado por la izquierda; pero también se pensó que en él primaban valores individualistas y aspiraciones de progreso material, que podrían ser la base de una revolución liberal, representada por la derecha. Los noventa fueron años de individualismo desatado y competencia “salvaje”, y el fujimorismo terminaría representando buena parte del mundo informal, a través de prácticas clientelísticas. En este siglo, primó la lectura de la informalidad dentro del mundo del “emprendedurismo”, de la iniciativa microempresarial. En los últimos años personajes como Máximo San Román, Hernando Guerra-García o Carlos Añaños aspiraron a representar políticamente ese mundo, sin mayor éxito.
En los últimos tiempos, volvemos a lecturas marcadas por la negatividad. El mundo informal es visto como espacio de resistencia “conservadora”, de defensa del statu quo y oposición a iniciativas de reforma, en los ámbitos de la educación, la reforma de la administración pública, del transporte público, etcétera. Peor aún, buena parte de la actividad informal estaría estrechamente asociada con actividades ilegales, como en el caso de la minería. Hoy pareciera que la esquiva representación política del mundo informal ya se habría logrado, y estaría en el Congreso actual, con representantes que legislan en contra de las reformas de la educación, del transporte, del servicio público, y a favor de medidas favorables a los procesados y sentenciados por delitos de corrupción, así como a favor de legislación de carácter conservador, contraria a la “ideología de género”.
De este rápido recuento no deberíamos desprender, a mi juicio, que es la naturaleza estructural del mundo informal la que ha cambiado; lo que han cambiado drásticamente son sus miradas. Y considero que sería un error tener una mirada “esencialista” de ese mundo informal. Este no sería “por esencia” ni de izquierda ni de derecha, ni defensor del Estado de derecho ni de la ilegalidad. Se trata de un mundo signado por la precariedad y la escasez de oportunidades, por lo que el pragmatismo tiende a imponerse por encima de consideraciones ideológicas.
En los últimos años, especialmente después de la pandemia, ¿qué oportunidades han surgido desde el Estado para enfrentar el aumento de la pobreza urbana? En las últimas décadas, marcadas por el crecimiento de las ciudades, tanto en Lima como en el conjunto del país, ¿qué opciones se han desarrollado para enfrentar demandas de empleo, vivienda, acceso a servicios urbanos, educación…? Ante tal ausencia, no es de extrañar que hayan proliferado respuestas informales que, si bien tienen muchos costos en términos del bienestar colectivo, sí constituyen respuestas inmediatas a problemas muy concretos cuya solución no puede esperar.
De cara a las próximas elecciones, las fuerzas democráticas no pueden dejarse llevar por la “demonización” del mundo informal, y se requiere construir alternativas viables y realistas.