Lee la columna de Matín Tanaka, investigador principal del IEP, escrita para El Comercio► https://bit.ly/3nlwKpu
(Foto: Andina)
La crítica al “caviarismo” circula en nuestro discurso político desde hace mucho, pero con el tiempo su uso se ha generalizado y sus modos actuales revelan cambios significativos en nuestra política en los últimos años.
El término empezó a usarse de manera más general, me parece, durante los años del segundo gobierno de Alan García. En las elecciones del 2006, candidaturas más orgánicas de izquierda como las de Villarán, Diez Canseco y Moreno obtuvieron el 0,62%, el 0,50% y el 0,28% de los votos, respectivamente. Otro sector de la izquierda apoyó la candidatura de Ollanta Humala, que ganó en la primera vuelta, pero perdió en la segunda ante García. Como sabemos, a diferencia de su primer gobierno, García condujo el segundo por un camino ortodoxo y bastante conservador, lo que le valió, naturalmente, críticas de la oposición de Unión Por el Perú en el Congreso. El tema es que también recibió duras críticas desde sectores de los medios de comunicación y de la sociedad civil. En la lógica gubernamental, un grupo de izquierda que perdió las elecciones, desde algunas universidades, ONG y otras organizaciones, y a través del manejo de ciertas competencias académicas, técnicas o intelectuales que les permitían el acceso a redes de organismos y fuentes de financiamiento internacionales, habría conseguido un poder e influencia desmedida e injustificada. Estos sectores levantarían algunas banderas “de moda” en el extranjero, pero para las que el país supuestamente no estaría preparado o no serían propias de nuestra “cultura”: la corrección política, la defensa de los derechos humanos, los derechos de las mujeres, de las minorías sexuales, de los pueblos indígenas, del medio ambiente, la lucha contra la exclusión social y la discriminación, el fortalecimiento de las instituciones, etc. Como puede verse, la crítica a la izquierda acomodada inconsecuente pasó a ser la crítica a una agenda progresista y liberal en general.
Así, el extendido uso del término resulta dando cuenta del grado de la polarización política, del pobre nivel de nuestro debate público, de la extensión de la descalificación como argumento y de lo conservadora que se ha vuelto nuestra élite política.