El gobierno de Dina Boluarte tuvo un mal comienzo, solo un 27% estuvo de acuerdo con que asumiera la presidencia y casi medio centenar de compatriotas murieron, por acción directa de las fuerzas del orden, en las protestas en su contra.
A un mes de iniciado su gobierno, si bien la mayoría desaprobaba su gestión, en Lima y el norte, en los niveles A/B y entre quienes se identifican de derecha tenía mejores cifras. Sin embargo, en estos grupos la aprobación también ha disminuido sustancialmente en un año. La presidenta tiene la aprobación más baja en el primer año de los últimos gobiernos.
En varios temas que preocupan a la ciudadanía, la percepción es que todo ha empeorado en el último año: la situación económica y política se percibe peor, con 73% y 69%, respectivamente; el 81% considera que la seguridad está peor y el 68% cree que la corrupción ha aumentado. Se entiende entonces que, al momento de evaluar el primer año de gobierno, solo un 4% lo califica de muy bueno o bueno y el 75% afirma que ha sido malo o muy malo.
El problema para el gobierno, más allá de su gestión, es a quién ha escogido como compañero de ruta desde un inicio. A diferencia de otros gobiernos que pudieron utilizar la pugna con el Congreso para mejorar su imagen, la impopularidad de ambos poderes se alimenta mutuamente.
Bajo gobiernos con baja evaluación y poco representativos, la institucionalidad se deteriora, la satisfacción con la democracia disminuye, y gana la política de la prebenda, la economía ilegal y las posturas de distinto signo ideológico que promueven salidas extremas y o autoritarias.