Lee la columna escrita por Raúl Asensio, investigador principal del IEP, en el diario El Comercio ► https://bit.ly/3yBi6lX
Con frecuencia solemos decir que esto o aquello solo pasa en el Perú. Consideramos que nuestro país es excepcional por algo bueno o (más frecuentemente) por algo malo. Esto casi nunca es así. En la mayoría de los grandes temas políticos, el Perú suele alinearse con las tendencias regionales y globales. Sin embargo, hay algunos ejemplos de comportamientos políticos que sí podemos considerar anómalos en el sentido original de esta palabra; es decir, contrarios a la tendencia general, sin entrar a valorar si esta diferencia es buena o mala. Una de estas anomalías me parece especialmente interesante: el comportamiento político del sector femenino de la población.
En casi todo el mundo las mujeres tienden a votar más a la izquierda. Esta tendencia es tan habitual que casi la consideramos natural. La orientación izquierdista de las mujeres no es nueva, pero en los últimos años se ha profundizado. Se percibe en contextos tan diferentes como España, Corea del Sur y Estados Unidos, por citar países donde la cuestión suscita fuerte debate público. Las encuestas muestran, por ejemplo, que Joe Biden saca amplia ventaja a Donald Trump entre las mujeres y pierde por una diferencia similar entre los hombres.
La divergencia entre sexos es especialmente fuerte en los segmentos más jóvenes. Entre los menores de 25 años, las mujeres tienden a ser muchísimo más progresistas que los hombres. Los especialistas apuntan diferentes explicaciones posibles para este fenómeno: la creciente secularización de las democracias occidentales, la pérdida de importancia de la religión y la familia, las nuevas oleadas de activismo feminista, etc.
En el Perú no encontramos nada de esto. Por el contrario, los últimos procesos electorales muestran que las mujeres votan más a la derecha que los hombres. Según una encuesta de junio del 2021 realizada por el Instituto de Estudios Peruanos (IEP), Pedro Castillo ganaba ampliamente entre los hombres (47% frente a 37%), mientras que Keiko Fujimori ganaba entre las mujeres (44% frente a 35%). Se podría pensar que esta brecha se relacionaba con el abierto machismo de Castillo, algo que se vería confirmado poco después, al nombrar los gabinetes con menor presencia femenina en bastante tiempo. Sin embargo, esta no parece ser la explicación. La encuesta previa a la primera vuelta mostraba que todos los candidatos de izquierda tenían un énfasis masculino en su intención de voto. Incluso Verónika Mendoza, conocida por su discurso feminista, tenía más apoyo entre los hombres (8%) que entre las mujeres (6%).
Se trata, por lo tanto, de un sesgo que va más allá de los candidatos concretos. También en el 2016, aunque con menor diferencia, Fujimori era preferida entre las mujeres. Si Pedro Pablo Kuczynski logró revertir la elección fue gracias al voto masculino. Sin embargo, a pesar de la contundencia de estos datos, este comportamiento contraintuitivo de las mujeres peruanas ha recibido poca atención en el debate público y la academia. Puede que esto se deba a que es una realidad incómoda. La mayoría de los académicos nos ubicamos en la izquierda, por lo que la orientación derechista de las mujeres nos descoloca. Preferimos centrarnos en resaltar la labor de las múltiples activistas y grupos feministas que existen en el país, cuyo comportamiento político sí se alinea con lo que esperamos, olvidando que son más las mujeres peruanas que votan a la derecha que a la izquierda.
Esta falta de atención académica hace que ignoremos muchas cosas sobre la orientación derechista mayoritaria de las mujeres peruanas. No sabemos si es algo coyuntural, si solo afecta al comportamiento electoral o si refleja tendencias profundas o diferencias en valores. Tampoco sabemos si se trata de un fenómeno transversal, que afecta a todas las regiones, clases y grupos de edad. O si entre las más jóvenes las tendencias se asemejan a sus contrapartes de otras latitudes. De lo que sí podemos estar seguros es de que estamos, aquí sí, ante una anomalía peruana que merece atención y explicación.