Lee la columna «Una pobreza que ya no incomoda» escrita por Carolina Trivelli, investigadora principal del IEP, para el Diario El Comercio ►https://bit.ly/4kLZzpE
Hace un par de semanas, el INEI presentó las cifras de pobreza monetaria para el 2024. Poco se ha discutido al respecto. ¿Será que la pobreza ha dejado de incomodarnos? ¿Nos hemos acostumbrado a convivir con un nivel de pobreza entre 25% y 30%, como si fuera inevitable?
Los resultados no sorprendieron: la pobreza bajó 1,4 puntos porcentuales respecto al 2023, pero sigue 7,4 puntos por encima del nivel prepandemia (2019). Aunque no había motivos para esperar una mejora sustancial, preocupa el silencio con el que se recibió la información. El tema ha desaparecido del debate público. Hoy, pocos esperamos reacciones o ajustes en políticas públicas en respuesta a estos resultados. Nos hemos resignado a lo que dicte la inercia.
Este 2025 volveremos a crecer y con una inflación bajo control, probablemente tendremos una nueva —modesta— reducción de la pobreza. Pero mientras observamos con distancia, confiados en que las cosas mejorarán solas, dejamos de mirar los cambios, y de cuestionar las persistencias, más graves.
Primero, lo que ocurre en Lima. Aunque la recuperación económica trae cierto alivio, los limeños con menores ingresos siguen muy lejos de recuperar sus niveles de ingreso y consumo prepandemia, que ya eran insuficientes. Hoy, el 28% de los limeños está en situación de pobreza, el doble que hace cinco años. En 2024, este grupo apenas logró una mejora del 2% en su ingreso real, una pequeña fracción de lo perdido desde 2019 (casi un 20%). Estas cifras deberían movilizarnos, exigir una estrategia clara para atender la pobreza urbana, tantas veces prometida y aún pendiente, y el fortalecimiento —no recorte— de los apoyos sociales existentes, como la alimentación escolar, apoyos directos, programas de empleo temporal y de impulso a nuevos medios de vida, etc. ¿Quién empuja esta agenda? Muy pocos, y más desde la academia que desde la política. ¿No debería el alcalde de Lima ser el primero en exigir acción?
Segundo, la pobreza rural permanece estancada en torno al 40%, y la pobreza extrema —el hambre— afecta al 16% de la población rural. No hay mejora ni deterioro: es una situación crónica que no responde al crecimiento económico y que exige nuevas formas de intervención social y políticas sectoriales efectivas, especialmente desde Midagri y Produce. En este caso, la ausencia de voces es aún más marcada que en el de la pobreza urbana. Nadie parece hacerse cargo.
Las cifras que presenta el INEI cada año sobre pobreza monetaria —o las que esta semana mostraron un aumento de la anemia en niños del primer quintil, el 20% más pobre— solo tienen sentido si generan reacciones, si se convierten en insumos para la acción. Necesitamos recuperar el debate y el compromiso frente al drama de la pobreza, el hambre y la malnutrición. Y, tal vez, para ello, lo primero sea dejar de leer estas cifras con indiferencia. Cada punto porcentual en estas medidas representa a miles de peruanos que enfrentan enormes necesidades, a ciudadanos que por más esfuerzos que hagan difícilmente podrán salir adelante sin ayuda.