Lee la columna escrita por Martín Tanaka, investigador principal del IEP, en el diario El Comercio ► https://bit.ly/4cIZY8Z
Después de la puesta en libertad de Alberto Fujimori por la autoridad penitenciaria a finales del año pasado, acatando la resolución del Tribunal Constitucional de marzo del 2022 que convalida el indulto otorgado por el presidente Pedro Pablo Kuczynski en diciembre del 2017, nos preguntábamos qué impacto tendría en el futuro de Fuerza Popular.
Pero ¿qué es hoy el fujimorismo? Está claro que siempre se trató de un movimiento altamente personalista. Alberto Fujimori fue por supuesto la figura indiscutible durante toda la década de los 90 y hasta las elecciones del 2011, aun después de haber sido encarcelado y sentenciado. Hasta ese momento, Keiko aparecía como la guardiana del legado de su padre. Solo después del 2011 es que Keiko toma las riendas de Fuerza Popular e impone sus decisiones, al punto de que se opuso al indulto humanitario de su padre en el 2017 que, ciertamente, se trató de una maniobra de Kuczynski para dividir al fujimorismo.
Entre el 2011 y el 2016, aparentemente, se intentó construir un discurso más institucionalista, pero, al mismo tiempo, Fuerza Popular empezó a depender de cuestionables fuentes de financiamiento, no solo de grandes poderes empresariales, sino también de poderes económicos provinciales. Con la derrota en el 2016, el fujimorismo empezó a perder el rumbo, asumiendo posturas claramente populistas. Más adelante, las acusaciones fiscales en contra de Keiko y de parte de su entorno, y las estrategias legales y políticas de su defensa, empezaron a definir crecientemente su identidad. Las elecciones del 2021 mostraron un fujimorismo sin identidad clara, y su consistencia estaba mucho más definida en negación del adversario que tuvieron que enfrentar.
Pero la liberación de Alberto y su intención de retomar la actividad política, pública y electoral cambian nuevamente el escenario. La propia Keiko ha declarado que su padre tendría ambiciones electorales y que ella apoyaría esa hipotética candidatura presidencial. A partir de acá, el análisis se complica, porque se entremezclan las disputas y ambiciones políticas y las relaciones familiares. Parece claro, en todo caso, que Alberto no estaría siendo consciente de su situación personal ni apostando por afianzar su herencia y legado político; por el contrario, parecería haber optado por el camino personalista, aun a costa de desmerecer a su propia hija. Y la hija parece haber optado, al menos por ahora, por no enfrentarse públicamente a su padre.