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Cooperación o conflicto fue el dilema que atravesó y en último término destruyó al gobierno del presidente Kuczynski. En reciente entrevista a este Diario, declaró que su gobierno “se perdió desde el primer día” dada la existencia de una mayoría opositora; reconoce que cometió errores y señala: “Me faltó ser mucho más confrontacional. Soy un tipo tranquilo, pensé que hablando se podían lograr resultados”. En realidad, se trata de un diagnóstico equivocado. Ni el destino de Kuczynski estuvo sellado de antemano, ni cayó por no ser más confrontacional. Cayó por groseros errores propios, el principal el no haber optado o seguido consistentemente ningún camino. Ni habló ni confrontó en realidad, y por ello se aisló tanto de la oposición fujimorista como de un bloque que podría haberlo respaldado. El indulto al ex presidente Fujimori, acción de la cual Kuczynski dice no arrepentirse y que “volvería a hacer” es precisamente ilustración de ello: no apaciguó al fujimorismo, y enemistó al presidente con quienes lo sostenían, lo que lo llevó a un aislamiento que hizo que un escándalo relativamente menor propiciara su renuncia.
Volver sobre la evaluación de estos hechos es pertinente para el presente y el futuro. El presidente Vizcarra heredó una situación de debilidad, lo que se expresó en una actitud dubitativa entre marzo y julio del año pasado. Entre julio y diciembre, el presidente pareció por el contrario invulnerable, con la iniciativa de referéndum y de lucha contra la corrupción, que le permitió pasar de una aprobación ciudadana del 35% de los encuestados al 66% en esos meses, según Ipsos. Al mismo tiempo, la bancada fujimorista perdía la batalla de impedir la posibilidad de conformar nuevas bancadas, pasando progresivamente de los 73 representantes del inicio a los 55 escaños actuales. El fortalecimiento del presidente y el debilitamiento de la oposición hizo que a mediados de febrero se discutiera en la prensa si es que el presidente Vizcarra realmente necesitaba una bancada en el Congreso para poder gobernar, dado que el respaldo ciudadano parecía suficiente.
Las encuestas de enero, febrero y marzo cambiaron el panorama, al constatarse que se estaba ahora ante una tendencia declinante, que hizo perder diez puntos porcentuales de aprobación entre diciembre y marzo. El gobierno, al mismo tiempo, enfrenta la presión de la necesidad de aprobar en el Congreso diversos proyectos referidos a la reforma de la justicia, y están en la cola los de la reforma política. Emerge entonces nuevamente el dilema que no pudo resolver Kuczynski. ¿Cooperación o conflicto? ¿Debería el presidente blandir el arma de la cuestión de la confianza, confrontar, polarizar para recuperar la iniciativa? No parece razonable, dado que Fuerza Popular no tiene el poder que tenía antes, su discurso ha cambiado parcialmente, y el presidente del Congreso maneja también un discurso de concertación. El camino de la confrontación suena desmesurado y sin justificación por el momento. El camino de la cooperación tampoco es un lecho de rosas; ahora sí se percibe la necesidad de una bancada en la cual confiar, con operadores capaces de generar los consensos que se requieren. La fragmentación del Congreso, con once bancadas, deja de ser bendición, y se convierte en un obstáculo.
En este marco, acaso lo que corresponda sea un gran acuerdo político entre los líderes de los principales actores políticos, que establezcan un referente capaz de convocar a los demás. Sin este, los impulsos reformistas serán inviables.