Texto original en El Comercio
Viendo las noticias en los últimos días, un observador despistado podría haber imaginado que nuestro país estaba nuevamente al borde de una gran conmoción política. ¡Cierre del Congreso! ¡Moción de vacancia! ¡Interpelaciones ministeriales! ¡Mociones de censura! En realidad, pareciera que algunos se mueven con los antiguos reflejos, cuando el contexto es totalmente otro. El Congreso no puede amenazar como antes con la vacancia o con censuras ministeriales no solo porque no hay ninguna razón que las justifique, sino porque la fragmentación del mismo las hace poco creíbles. Una cosa es un Congreso con seis bancadas y con Fuerza Popular con 73 votos, y otra uno con diez bancadas, FP con 55 votos, pero muy dividido. De otro lado, el Ejecutivo no puede amenazar con presentar una moción de confianza porque no se puede identificar ninguna iniciativa con la que esté profundamente comprometido y que sea obstaculizada por el Congreso; y con una popularidad en caída, nada asegura que las cosas fueran a ir mejor en las hipotéticas nuevas elecciones parlamentarias. La desaprobación a la gestión del presidente sigue aumentando y también la del Congreso. Contrariamente, en estos días dominados por revelaciones y decisiones en el ámbito judicial contra connotados líderes políticos, lo que aumenta es la aprobación del desempeño del Poder Judicial y de la Fiscalía de la Nación, según la última encuesta del Instituto de Estudios Peruanos.
No hay motivos, entonces, para la aparente crispación, que debería disiparse en los próximos días, a pesar de algunos anuncios de grandes confrontaciones y catástrofes. Pero conviene reflexionar un poco sobre el porqué de estas tormentas cuando el suelo está parejo. De un lado, si bien el fujimorismo ha dejado de verse tan atemorizante como antes, se siente ahora amenazado y a la defensiva, con lo que no sabe si apostar por un perfil más dialogante, o si defenderse atacando. Atención que el frente judicial, tan complicado para otros, no luce ahora tan así para Keiko Fujimori, con lo que podría darse un cambio de escenario.
De otro lado, el trágico fallecimiento del ex presidente García obviamente ha puesto las emociones a flor de piel entre sus defensores y detractores. Las investigaciones deben profundizarse y las afirmaciones corroborarse, pero el argumento de que las iniciativas de la fiscalía carecían de sustento claramente han perdido sustento. En el corto plazo eso exacerba las posiciones, pero es cuestión de tiempo para que las evidencias se abran paso y obliguen a los actores a aceptar la realidad. Llama la atención la cerrada defensa de García por parte de comentaristas en la orilla de la derecha, más papistas que el Apra. La conversión proempresarial de García ganó desconcertantes lealtades entre quienes lo denostaban por su desempeño en su primer gobierno.
Finalmente, algunos fujimoristas, alanistas y comentaristas de derecha se desgañitan reclamando “igualdad de trato” reclamando prisión preventiva para Susana Villarán. Se olvidan de que una injusticia no se soluciona con otra injusticia más. En todo caso, nuevamente, parece solo cuestión de tiempo para que quede claro que la lógica de la fiscalía no tiene el sesgo político que algunos le atribuyen en este caso, y que ha tenido el valor de rectificar errores, como el cometido como el pedido de prisión preventiva para el ex presidente Kuczynski y sus colaboradores.
En suma, en realidad no hay motivos para una renovada crispación. Si los actores fueran más perspicaces, verían oportunidades para una colaboración en la que podrían ganar todos.