Lee la entrevista a Daniel Rojas, autor del libro «Diario de un interno de medicina. Aproximaciones a la educación médica y al sistema de salud en Lima, Perú» ► https://bit.ly/2JGeu7t
Somos extraños en un hospital, turistas con la salud descompuesta, forasteros convertidos en estadística. Los verdaderos habitantes de estos centros de asistencia son las enfermeras y los médicos; estos últimos divididos en jerarquías que ponen a los jefes de servicio en el peldaño más alto, a los jóvenes internos en el inferior, y entre ellos a médicos asistentes y residentes. Ese es el tejido humano que se encarga de los hospitales. ¿Cómo se relacionan entre ellos? O más aún, ¿cómo interactúan en un sistema de salud pública como el nuestro, tan afectado por la precariedad y las carencias? El médico cirujano Daniel Rojas, hoy investigador en políticas públicas de salud, escribió un diario durante el año que fue interno de un hospital limeño, mientras pasaba por las áreas de ginecología, medicina interna, pediatría y cirugía. Este relato, publicado bajo el nombre de Diario de un interno de medicina (IEP, 2018), trata de responder esas interrogantes y de paso muestra lo poco que conocemos de esos hombres a los que confiamos el cuidado de nuestros cuerpos, y que –humanos como nosotros– luchan contra la frustración y la incertidumbre.
Estás en Huancayo, si ocurriera una emergencia, ¿a dónde querrías que te trasladen, a un hospital público o a una clínica particular?
Vaya pregunta (se ríe). Antes tenía una idea y creo que la mantengo. Un hospital del Estado, a pesar de todo, funciona en red. Así que si el hospital regional no se da abasto, me podrían referir a un hospital de mayor complejidad. Y allí podrían resolver de mejor manera mis problemas. En una clínica es difícil que eso suceda.
¿Puedes definir tu libro? ¿Qué es? ¿Es un testimonio; es un señalamiento al sistema de salud pública en el que los pacientes ocupan el último lugar, solo un peldaño más abajo que los médicos internos; o es una confesión, ya que después de todo tú fuiste parte de esta estructura?
Va por los tres. Pero me inclino a decir que es un testimonio en el que muestro cómo es la enseñanza de medicina a los internos, en un hospital público, en Lima, y donde expongo cuáles son las características y falencias de la educación médica. Y cómo esto repercute en la calidad de atención hacia los pacientes.
¿No has violado los códigos de silencio que exige la profesión?
Hay dos puntos para tener en cuenta. Por una parte, es cierto que el Código de Ética y Deontología del Colegio Médico menciona lo que es el secreto médico. Pero hay que ver otro punto: buscar el bien mayor. Si esto queda en silencio van a seguir muriendo personas. Si has visto el libro, hay muchas personas que mueren por causas realmente absurdas, que tienen que ver estrictamente con cómo funciona el sistema de salud.
Mencióname una de esas causas.
Te puedo decir dos. Una que escuché y otra que vi. La primera es cómo un paciente falleció porque no había un balón de oxígeno en el piso donde estaba. Justo el balón de oxígeno se había acabado, nadie había supervisado si es que estaba lleno, y la persona murió. Eso no depende del paciente, del pronóstico de la enfermedad, del germen de la neumonía o la TBC, eso depende del hospital. Y la otra causa, también está en el libro, es cuando se malogró un tomógrafo y llegó un paciente con hemorragia cerebral. Pero nosotros no lo teníamos claro, porque ese paciente tenía un problema en el hígado, y cuando uno tiene un problema así también tiene alteraciones en el nivel de conciencia. Necesitábamos un diagnóstico pero el tomógrafo no funcionaba. Cuando lo repararon, el 50% de ese cerebro estaba comprometido. El mismo neurocirujano nos lo dijo: “Solo queda esperar”. No me parecía quedarme callado ante eso. Pero una forma en la que cuidé la confidencialidad es poniendo seudónimos y omitiendo el nombre del hospital.
¿Cómo han reaccionado tus colegas médicos ante el libro?
Es interesante que hasta el momento no haya recibido críticas fuertes. Cuando salió el libro yo esperaba que me quitaran del Colegio Médico. Pensé que habría críticas o represión, pero no sucedió. Hay una cosa clara, no lo pueden refutar. Además, si quisieran señalarme harían lo mismo con el hospital en el que estuve y eso se haría más virulento. Criticar el libro sería negar los hechos, y eso sería muy cínico.
De tu experiencia, ¿qué es lo peor de los meses en que te desempeñaste como interno de medicina? Te pongo algunos ejemplos: ¿Las jornadas de 36 horas entre el pabellón y la emergencia? ¿Lo expuesto que estabas a probables contagios? ¿O las intrigas entre residentes e internos?
Te soy sincero, todo lo que has mencionado fue complicado, pero nada fue tan fuerte como el hecho de lidiar contra la incertidumbre y la muerte. Eso sí fue muy duro. Para mí, el caso más duro de mi internado fue el de una señora que no tenía diagnóstico. Hicimos de todo, que la resonancia, que el laboratorio, incluso queríamos llevar muestras de sangre al INS, queríamos hacer muchas cosas, pero no teníamos diagnóstico. Puse lo mejor de mí. Incluso soñaba con la señora. Al final, ella murió. Y se fue sin diagnóstico. Para mí lidiar con la muerte y la incertidumbre fue algo que me afectó bastante. También es complicado lidiar con los maltratos. Recuerdo que en el primer mes de internado habían unos médicos que eran personal del hospital. Cuando el servicio de emergencia estaba más o menos tranquilo, ellos dijeron: “Bueno, vamos al servicio de obstetricia a ponerle chapas a los internos”. Eso es una forma de denigrar al estudiante, y de instaurar la jerarquía, de decir: “Aquí yo soy el que manda”.
¿Es verdad que algunos internos ocultan las historias clínicas a los médicos residentes para “vengarse” de los malos tratos?
No sé si será para vengarse de los malos tratos, pero sí para vengarse. Eso me sorprendió bastante. Primero me pasó en ginecología. De pronto mis órdenes de laboratorio no aparecían. Y le pasó lo mismo a la médico residente. A los meses, un interno de obstetricia me dijo que yo podía desaparecer una historia. Me dejó pensando si eso era una práctica frecuente en otro grupo. Es como si vieran al paciente como un objeto de venganza, no como una persona.
Una cosa amoral.
Claro. Es como si dijeran: “No me importa si se muere el paciente, lo que quiero es hacerte daño a ti, a través del paciente”. Eso es terrible.
¿Viste muchos diagnósticos errados en el internado?
Por lo menos vi dos. Vi casos de médicos que daban un diagnóstico y no lo querían cambiar, a pesar de que el equipo había demostrado que se trataba de otra cosa. Recuerdo el caso de un médico que dijo que un niño había llegado con neumonía, pero todos, el equipo, sabíamos que era un problema neurológico. Igual no quiso cambiar…
¿A qué atribuyes esa actitud?
Creo que no quería demostrar que se había equivocado, es lo que sospecho.
¿El momento de más riesgo de tu internado fue cuando te pinchaste con una aguja usada por una paciente con linfoma?
Sí. Es correcto. Ese fue un hecho. Pero hay otros riesgos. Una vez llegaron pacientes que habían sido baleados al servicio de emergencia. Se hablaba de probables sicarios. No pasó nada, pero pudo pasar. Un vigilante me dijo que a esos pacientes los acompañaban mujeres con armas, dentro del hospital, pero que ellos no hicieron nada porque habría sido peor.
Hay el caso de un colega tuyo que tuvo que hacer el tratamiento contra el VIH por un pinchazo.
Sí. Es un protocolo. Cuando hay ese tipo de eventos se procede a ese tipo de manejo.
Recoges un aforismo en el libro. Dices: “El hospital está diseñado para el hospital, no para los pacientes”, ¿por qué?
Porque cuando uno trabaja en el hospital, uno siempre está buscando cumplir con los formularios. Es interesante que siempre se cumpla con mostrar los papeles: la historia clínica, la nota de evolución. Los médicos asistentes se fijan más en que se cumpla con esos papeles, independientemente de cómo esté el paciente…
Se prioriza la burocracia.
Sí, me he fijado que están más interesados en el papel de la historia clínica que en el paciente. Entiendo la lógica, son documentos médico legales. Pero le dan más preponderancia a eso que al paciente.
¿Dirías que en una sala de hospital también se hace presente la distancia entre el Estado y los ciudadanos? Estoy pensando en un paciente que aparece en tu libro, que fue diagnosticado con afasia pero que en realidad no tenía problema para articular palabras sino que hablaba quechua.
A ver, esa distancia entre el Estado y las personas también puede presentarse en la manera en la que se educa a los médicos. En San Marcos no nos enseñaban quechua. Sí se lo enseñaban a los alumnos de Obstetricia. Ahora me he enterado que en el nuevo plan de estudios sí se incluye el quechua. Pero eso no pasó cuando yo era estudiante. Yo aprendí por mi cuenta.
Tú reclamas una cierta dignidad ante la muerte en los hospitales. Dices que hoy no se da eso porque no hay privacidad para que una familia se despida de su ser querido.
Mira, era muy fuerte ver cómo se ponían biombos para que haya un mínimo de privacidad entre el paciente y sus familiares, pero eso no era suficiente. Allí están los médicos, los otros pacientes, que lo ven todo. Además hay habitaciones de hospital en las que hay dos camas, y allí todos son conscientes de lo que pasa. Debe haber una dignidad en la muerte, eso también es parte de la vida.
¿Temas como eutanasia, aborto y drogas se discuten en el hospital?
Se prefiere no hablar. Solo escuché a algunos pocos, unos dos o tres médicos.
¿Y en la universidad?
Tampoco. Es algo que me sorprendió bastante de la experiencia del pregrado versus el internado. Nosotros llevamos cursos de Ética y Bioética. Y en clases discutíamos casos. Pero en el internado eso no se toma en cuenta. No sé si viste el caso de un médico que le metió un sermón a una chica que estaba abortando. Hay muchos casos de conservadurismo, al menos en la generación en la que yo estuve.
¿En qué años estudiaste?
Yo ingresé el 2017.
¿Fue difícil aprender la jerga médica?
No, es muy normal. Yo me opuse, que es diferente. Pero si uno está rodeado, si es lo del día a día, uno termina adaptándose.
¿A qué le llaman queso en el servicio médico?
Cuando uno está trabajando es común hablar de los pacientes, es el tema de conversación.
¿Pero qué es exactamente?
Ah. Bueno, un paciente queso es un paciente problema. Es un paciente que tiene muchos problemas de salud y que es de difícil manejo. Un paciente con un resfriado no es queso. Sencillamente le das paracetamol, un antihistamínico, y lo llevas a casa. Pero si tuviera diabetes, hipertensión, y falla cardiaca, ese es un paciente queso. Implica mucho trabajo. Tienes que sacarle electrocardiograma, ecocardiograma, curarle las heridas, controlar su presión arterial. Por eso le llaman así.
¿Y qué es un gol?
Un paciente muerto. Aquel interno que tiene más pacientes muertos es un goleador. Ahora, algo que me puse a pensar ayer es que los internos tienen goles, pero a los residentes, de mayor jerarquía, ya no se les cuenta mucho eso. Y a los médicos asistentes ni se les menciona.
O sea que la responsabilidad por los pacientes muertos recae en los internos.
Sí, correcto.
¿Qué pasa en realidad cuando se escucha esta frase en los altoparlantes de un hospital: “Servicio de patología, acercarse a la sala de reposo”?
Alguien falleció.
Es como un código.
Claro. Es interesante cómo el lenguaje se utiliza para que los pacientes no puedan entender.
¿Te han dicho que tu libro puede llegar a dar miedo? Creo que sin proponértelo logras graficar lo frágil que es la condición humana, expuesta todo el tiempo a enfermedades degenerativas, a accidentes, o a lo que llamas bimorbilidad, que creo que es la suma de dos males severos en etapa terminal…
Dos personas me dijeron que el relato es desgarrador y que, como tú mencionas, grafica la condición humana. El primero fue Juan Pablo Murillo, docente de la Facultad de Medicina. Y otro es el doctor Max Cárdenas. Algo que experimenté en el periodo de internado es que a veces la muerte puede ser absurda. Lo que te dije: alguien falleció por la falta de un balón de oxígeno. ¿Cómo una persona puede morir así? Eso es el libro. La experiencia de la vida, la experiencia de la muerte, el trabajo en condiciones de precariedad. Quería expresar eso. Y otra cosa que quería explicar es que a veces se idealiza al médico. Y yo quería mostrar que somos humanos.
Claro, no siempre tienen éxito. Tú dices en el libro: “Luchamos tanto y al final es la muerte quien gana”.
Así es. No es solo una crítica a la enseñanza médica. También quiero decir que los médicos, aun poniendo de su parte, pueden fracasar, somos humanos. También tenemos una tasa de fracaso. Los médicos no son infalibles y el público debe ser consciente de eso.
Hay una frase del libro que también me llamó la atención: “Poder arrebatarle los muertos a la muerte para que se queden un momento más entre los vivos es lo que nos hace médicos. Para que puedan decir ese perdón que nunca dijeron, o ese gracias que demoraron en decir, o ese te amo al que nunca se atrevieron. Tal vez para eso estamos nosotros”. ¿Esa es tu mejor definición de lo que es un médico?
No sé si es la mejor, pero es un aporte. Es que es ficticio pensar que los médicos van a vencer a la muerte. En la Facultad de Medicina la idea siempre es que los médicos enfrentan a la muerte, a la enfermedad. Y los medios también hablan de la lucha contra el cáncer, o contra la TBC. Se piensa mucho en enfrentar a la muerte. Pero si no se muere por una causa, habrá otra, he allí la frustración. Nuestra función es dar salud, definitivamente. Pero si se rescata a alguien es para que esa persona que sobrevive le dé sentido a la vida.