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Dos más dos es cuatro. La h es muda, pero necesaria al escribir. El símbolo del hierro es Fe y su número atómico es 26. El cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma del cuadrado de los catetos. Miguel de Cervantes Saavedra escribió El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Salimos del colegio sabiendo todo esto y, a veces, un poco más, sí. Pero ¿es suficiente? ¿Qué esperamos del aprendizaje escolar y qué aprendizajes son necesarios?
La valoración de lo que es o no necesario para una educación de calidad es, para algunos, relativa. Podemos retroceder en el tiempo, a la antigua Grecia, por ejemplo, cuando la prioridad era educar a las élites intelectual y físicamente. La formación intelectual incluía, por ejemplo, Filosofía, Política, Arte y Gramática. Recorriendo la historia de la humanidad, podemos encontrar siglos de hegemonía del humanismo pedagógico, cuando la religión, la filosofía y la ciencia —cuando no entraba en conflicto con la Biblia— eran los pilares educativos.
El siglo XX —y el inicio del XXI— trajeron consigo nuevas necesidades industriales, económicas, tecnológicas y, por supuesto, educativas. Así, nos encontramos con una época en la que se legitiman algunas teorías que transforman el sentido de la educación. Por ejemplo, la teoría del capital humano. Ricardo Cuenca, investigador y director del Instituto de Estudios Peruanos (IEP), considera que es debido a dicha legitimización que, a partir de la década de 1960, prima una visión en la que se necesita desarrollar un conjunto de habilidades en los individuos para insertarlos al mercado laboral de la mejor manera posible. “Se vuelve hegemónica la idea de que la calidad educativa debe medirse a través de pruebas estandarizadas, lo que hace que se ‘eviten problemas’ para definir qué es calidad, pues se hace todo de una forma bastante utilitaria. Eso invadió los sistemas educativos y empezaron a perder espacio todas aquellas cosas que parecen inútiles para acumular capital humano o para poder medir las cosas”, dice. Y así —añade — empieza a desaparecer el sentido de lo que es educar.
En este contexto materias como Filosofía han perdido espacio y se han diluido hasta casi desaparecer.
—¿Para qué sirve aprender Filosofía?—
Es curioso ver cómo la Filosofía pasó de ser una materia fundamental en el desarrollo educativo a ser un curso de repaso histórico, cuyo propósito, para la mayoría, es el de responder correctamente dos preguntas en el examen de admisión. ¿A qué se debe? A que, al parecer, en algún momento se decidió que estudiar Filosofía no daba dinero y que las habilidades que brinda su cultivo no son tan necesarias en el competitivo mercado.
Al respecto Víctor Casallo, director de la Escuela de Filosofía de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya (UARM), considera importante revalorar la Filosofía dentro del currículo escolar. “En una época en la que hemos querido apostar por el crecimiento, por la eficiencia, hemos perdido espacio para preguntarnos qué sentido tiene esto. Hay una paradoja. Por un lado, se dice que la Filosofía no es un campo en el que se experimente y se critica que para su estudio se tengan que leer libros escritos, en algunos casos, hace miles de años. Por otro lado, se pide que se le enseñe al alumnado a pensar, que se estimule su sentido crítico. Aunque nos hayan enseñado la Filosofía como un conjunto de fechas y nombres, es esta la materia que estimula el pensamiento crítico. No podemos pedir una formación crítica y esperar que ese espíritu caiga del cielo”, declara.
Según Casallo el racismo, la corrupción y los males que aquejan a la sociedad se pueden combatir desde la formación de un pensamiento crítico y de un sólido sistema de valores que la enseñanza de la Filosofía y las humanidades puede ayudar a cimentar. Reconoce también el filósofo que la preocupación de los padres de familia por una educación orientada a resultados —en la que la Filosofía parece no tener espacio— es comprensible por la forma en la que se mueve el mercado. “Por lo que cuesta la educación en el Perú se entiende que los padres quieran apostar por la seguridad económica y laboral en el futuro de sus hijos e hijas. Por eso el éxito de los colegios preuniversitarios enfocados en hacer que los estudiantes vayan a un centro superior”, añade.
Santiago Cueto, investigador del Grupo de Análisis para el Desarrollo (Grade), considera que el currículo debe tener un enfoque balanceado y no reducirlo a unas cuantas áreas que se supone son las que nos van a hacer más productivos económicamente. “Se apuesta por educar a personas productivas, pero no necesariamente a personas que puedan cuestionar un cierto orden social o que puedan cuestionar realidades diferentes”, dice.
En ese panorama, ¿qué papel juega la Filosofía? “Es cierto que el enfoque tradicional de su enseñanza en la escuela apuntaba básicamente al aprendizaje memorístico; pero, en este nuevo currículo, en el que se busca el aprendizaje por competencias, puede darse un enfoque más interesante, y yo no veo nada vinculado a la Filosofía y me parecería importante su inclusión”, añade Cueto.
Pero, si el currículo nacional es uno solo, ¿por qué podemos notar diferencias en los conocimientos y competencias de alumnos egresados de distintos colegios? Cueto explica que, si bien el currículo es una norma nacional, la Ley General de Educación permite que este pueda ser adaptado. Por ejemplo, cada una de las regiones es libre de usar en la enseñanza elementos que respondan a su historia y contexto. Los colegios particulares, por su lado, pueden tener más horas de clases y dar espacio a las asignaturas que crean convenientes si la UGEL a la que pertenecen aprueba el plan educativo que estos presenten. Eso sí, debe estar dentro de los parámetros del currículo nacional.
—¿Un futuro diferente?—
Susana Helfer, viceministra de Gestión Pedagógica del Ministerio de Educación, defiende el planteamiento transversal e integral del nuevo currículo. La Filosofía estaría dentro del curso Desarrollo Personal, Ciudadanía y Cívica.
“Lo que tenemos ahora es un currículo que permite que el estudiante no solo desarrolle la parte cognitiva, sino también otras capacidades personales y socioemocionales; por ejemplo, se trabajaba el tema de la identidad, de las relaciones humanas y el trabajo en equipo”, dice Helfer.
Al establecer un plan de estudios con enfoque por competencias, la viceministra explica que los protagonistas de la clase ya no van a ser los profesores, sino los alumnos: “Los chicos tienen que aprender a usar el conocimiento para situaciones de la vida práctica y eso cambia un poco toda la pedagogía. Los docentes les van a ir poniendo situaciones provocadoras para el aprendizaje, les van a dar materiales y proponer situaciones desafiantes que motiven a los estudiantes a investigar, indagar, a encontrar información, y así aprender de una manera activa”.
Y pone el siguiente ejemplo: “Si estamos hablando de justicia, que es un valor y que supone un análisis ético, personal y social, la idea es que los alumnos no solo aprendan la definición, sino que la apliquen a la realidad. ¿Cuándo una situación es justa?, ¿cuándo es injusta?, ¿cuándo se puede considerar que la justicia se está cumpliendo?, ¿qué condiciones se tienen que cumplir para que esta realmente se dé? Responder estas preguntas supone otro tipo de análisis con sensibilidad y conocimiento de causa”.
Pero es claro que para la aplicación de este currículo se requiere que el profesor tenga otro tipo de preparación. Según la viceministra, se está trabajando en ello desde 2017. “La apuesta a largo plazo es tener evaluaciones más cualitativas y transformar prácticas arraigadas en los docentes referidas a la enseñanza memorística. Nada se da de la noche a la mañana. La capacitación y la experiencia ayudará a los maestros a cambiar y mejorar sus técnicas pedagógicas”, concluye.
Helfer pide tiempo para ver resultados concretos. En la otra línea, investigadores como Cuenca señalan que hay temas que exceden a las competencias y tienen que ver con el desarrollo de valores éticos, morales y cívicos que solo los dan las humanidades.