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Hace una semana, la revista The Economist publicó un artículo llamando la atención sobre una de las tantas batallas perdidas en América Latina: no solo somos la región más desigual del planeta, sino que lideramos la estadística mundial sobre embarazo adolescente.
Hasta que los científicos no encuentren la manera que los hombres gesten o se desarrollen úteros artificiales, las mujeres seguiremos teniendo la responsabilidad de asegurar, vía el embarazo y la maternidad, la continuidad de la especie. En esa medida, la sociedad tendría que reconocer, valorar y darle importancia, de alguna manera, a ese rol, asegurando así el importante pacto de cohesión social.
La evidencia muestra, por el contrario, que la maternidad se traduce en un costo alto para las mujeres jóvenes.
Utilizando datos del panel de la Encuesta Nacional de Hogares (publicada por el Instituto Nacional de Estadística e Informática) para mujeres que tuvieron 25 años en el 2011, nuestra investigación en el IEP muestra que ser madre joven tiene un efecto negativo, no solo en el tamaño de la desigualdad del nivel de la remuneración con los hombres, sino también en las diferencias en las tasas de crecimiento de las remuneraciones en cuestión.
Los hombres no solo comienzan con remuneraciones mayores, sino que estas crecen más rápido que las de las mujeres madres jóvenes.
Por otro lado, utilizando datos cualitativos de trayectorias de vida de jóvenes en situación de vulnerabilidad, la evidencia recogida por Alcázar, Balarín, Rodríguez y Glave, en GRADE, muestra que ser madre constituye una barrera para que las mujeres jóvenes accedan a la educación superior, o simplemente terminen los estudios secundarios.
No hemos desarrollado como país una política pública específica que tenga como objetivo incluir a las jóvenes de tal modo que puedan elegir y ejercer plenamente su ciudadanía.
En este sentido, esta política tendría que ser comprehensiva, brindando información oportuna sobre métodos anticonceptivos o distribuya “sin preguntar” los anticonceptivos que se elija usar; orientando vocacionalmente a las jóvenes; asegurando que cuentan con sistemas de guarderías que les permitan trabajar, y otras medidas de apoyo ad hoc.
Llama la atención, por ejemplo, que tengamos un programa público que otorgue bonos a jóvenes para comprar viviendas, pero no tengamos un programa de bonos para madres jóvenes que les facilite el pago de una guardería, o que se amplíe a otros segmentos la oferta de Cuna Más, y no solamente a la población en proceso de inclusión.Ser madre no puede traducirse en una penalidad económica en nuestra sociedad.
*El titular completo de esta completo de esta columna es “El futuro de las mujeres jóvenes – preparándonos para el próximo 8 de marzo”, haciendo referencia al Día Internacional de la Mujer