Carmen McEvoy y Alejandro Rabinovich editan Tiempo de Guerra (IEP, 2018), libro que aborda los conflictos que forjaron la nación.
Entrevista realizada por la revista Caretas. Texto original ►https://bit.ly/2uJMmra
Este libro empezó a escribirse el 2012, cuando un grupo de historiadores se reunió en el Instituto Riva Agüero para discutir lo que denominaban “el tema de la guerra y la construcción estatal”. De allí salieron los primeros esbozos de textos que luego se leerían en el coloquio del IEP en abril del 2017. Y así nació Tiempo de Guerra. Estado, nación y conflicto armado en el Perú, siglos XVI-XIX (IEP, 2018), un volumen de 16 autores que mapean los conflictos bélicos de nuestros años formativos, guerras tan disímiles como la de la Araucanía y la de la Coalición Nacional. Responden McEvoy y Rabinovich.
–Tiempo de Guerra compendia todas las dimensiones de la guerra: prensa, diplomacia, ideas. ¿Qué permite esta visión integral?
–El libro se inscribe en una nueva tendencia historiográfica respecto a los estudios de la guerra. Desarrollada en las últimas décadas, la denominada “Historia Social de la Guerra” apunta a que la guerra es un fenómeno integral que involucra a múltiples actores, además de todos los aspectos de una sociedad. Analizar la guerra como un fenómeno social y no meramente militar –lo que no permitía evaluar todas sus consecuencias– ha permitido que la guerra salga del campo de la Historia Militar para convertirse en el observatorio de una sociedad. En el caso de la peruana, una sumamente dinámica y compleja.
–¿Qué tanto nos forjó la Guerra del Pacífico?
–Resulta más que obvio que dicha conflagración colaboró, material y simbólicamente, en la consolidación del Estado y el nacionalismo chileno. ¿Qué tipo de Estado y nacionalismo? Es un asunto del que queda aún mucho por averiguar. Porque es una gran ironía que una república que se preciaba de su consolidación en la guerra con sus vecinos, a los que derrota, termine atrapada en la guerra civil de 1891, cuyo epílogo es el suicidio del presidente Balmaceda, unos de los artífices de la Guerra del Pacífico. Los artículos muestran la contingencia que define a la guerra y que sirve de escenario para la construcción del Estado peruano. Porque si bien la guerra democratiza, como señala Basadre en La Iniciación de la República, y descentraliza, como para el caso peruano sugiere Halperin, la guerra intermitente también debilita al Estado y fragmenta a esa “nación” que todavía vive dividida y en guerra consigo misma. La guerra de guerrillas en los Andes, dirigida por Cáceres, muestra por otro lado la defensa de la patria chica de parte de los pobladores de las comunidades indígenas, quienes ofrendan su vida por ella.
–Dos visiones novedosas desde los militares: la sublevación de los indios y la de los realistas. ¿Cuántos puntos de vista falta comprender?
–El libro busca multiplicar las voces que nos llegan, los puntos de vista de distintos tipos de actores. La guerra, en el período que nos interesa, no se limitaba a los militares, sino que afectaba a la totalidad de la población. Por eso en distintos capítulos se aborda el problema desde el punto de vista de los comerciantes y proveedores, los letrados e ideólogos de cada facción, los jefes milicianos y las comunidades indígenas, los pueblos que se expresan a través de actas y que actúan mediante sus milicias. Sin embargo aún queda mucho por hacer. En general, las voces provenientes de los sectores populares han sido silenciadas en los abordajes históricos tradicionales. Una de las principales fortalezas de la nueva historia social es recuperar sus perspectivas. Lo mismo sucedía y sigue sucediendo con el rol jugado por las mujeres en el proceso revolucionario y el período republicano. En la medida que las fuentes lo permitan, una de las tareas principales de la historiografía debería residir en incrementar estas voces hasta reintegrarlas al relato histórico.
–El ensayo de Wieland trae una pequeña bomba: Chile siempre supo del tratado entre Perú y Bolivia.
–Efectivamente, el ensayo de Wieland apunta en esa dirección. En un tema tan espinoso, pero importante, el trabajo debía estar sustentado en una variedad de fuentes primarias que permitieran generar una visión equilibrada. Wieland comprueba fehacientemente el conocimiento que tenía el Estado chileno sobre el tratado de alianza defensiva. Ello se debió a una diplomacia sumamente activa que dotó al gobierno de la justificación para invadir al Perú, quien fue acusado de intrigar contra la integridad de Chile. Wieland explora la guerra diplomática que, si bien recordamos, tiene a Alberto Blest Gana como a uno de sus más claros exponentes en las cortes europeas.