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[ENTREVISTA] Juan Acevedo: “Hay que salir del analfabetismo visual”

Lee la entrevista a Juan Acevedo, autor de libro «Para hacer historietas» ► https://bit.ly/2sXhx3Y

Historietista sí, pero también, un docente. La vocación de Juan Acevedo ha corrido por ambos campos, una línea que suma tinta y vida. En 1975, cuando trabajaba en el Ministerio de Educación como parte de la Reforma Educativa, inició una serie de talleres de Historieta a pedido del Centro de Comunicación Popular de Villa El Salvador. La idea era popularizar el lenguaje de la historieta, impulsando para ello una educación horizontal, como postulaba entonces la Educación Popular desarrollada por el teórico brasileño Paulo Freire. Eran tiempos de militancia y utopía. Juan recuerda la casita de madera y ardiente techo de calamina donde desarrollaba el taller con niños y madres de familia. Con aquél aprendizaje de ida y vuelta, el joven historietista fue creando un método que luego sistematiza en el Libro “Para hacer historietas”, cuya primera edición salió de los talleres del antiguo Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo de la Educación (INIDE) tres años después.

Luego sucedió lo que el artista llama “una comedia de equivocaciones” que para él nunca fue cómica. La paranoia del gobierno de Morales Bermúdez con respecto a lo hecho en la Primera Fase del gobierno militar bloqueó diversas iniciativas educativas, e incluso se llegó a secuestrar el libro de Juan al circular una semana en Librerías. Un año después, la editorial Tarea lanza el libro como una colección de ocho fascículos, convertida hoy en joya de coleccionista. En 1981, aparece la edición española, a la que seguirán traducciones al portugués y al alemán. Recientemente, en la Feria del Libro Ricardo Palma de Miraflores, se presentó la octava edición, publicada por el IEP, en la cual Juan reescribe sus propuestas, actualiza conceptos y renueva ejemplos gráficos. No hay mejor regalo para un historietista que acaba de cumplir 70 años de vida y medio siglo de pelea con el lápiz.

Has sido un militante miembro de la Academia de la Lengua al defender por años el término “historieta” frente al anglosajón “cómic”. ¿Fue una batalla perdida?

Parcialmente. Debemos acusar recibo de que el término ha penetrado en nuestras filas. No solo fui un militante de la RAE, sino un ultra, porque estuve en desacuerdo con ella cuando en 1992, en pleno Quinto Centenario, reconociera el término cómic, simplemente añadiéndole una tilde. Yo acepto la realidad, la palabra cómic ha ganado mucho terreno. Pero yo me refugio en el término “historietas”, que en castellano es el término más usado.

Señalas la irrupción de la novela gráfica, el manga y los web comics como los principales cambios en la historieta en las últimas cuatro décadas…

La revolución ocurrida desde la década del 60 vino por el Underground norteamericano. Fue el primer obús que resquebrajó la historieta tradicional, aunque muy pronto fue integrado por el sistema. Luego vino la historieta alternativa. Nosotros, que tenemos un atraso de una década, tuvimos la historieta subterránea, que dura hasta ahora. Luego, la novela gráfica, el manga y los web comics impacta cada uno a su manera. Los mangas cautivan a más de una generación, y frente a ellos, otros se encierran en su amor a los súper héroes. Yo los veo como tribus distintas.

Tu libro apareció cuando los superhéroes vivían su mayor crisis. Hoy, gracias al cine, volvieron con fuerza. Un autor tan importante como Alan Moore, los considera la manifestación de la ultraderecha estadounidense. ¿Qué piensas sobre ello?

Pensé que actualizar este libro iba a ser muy fácil. Pero al momento de recorrer la antigua edición me di cuenta que había cosas que había que reformular. Mi verdad ha cambiado, la vida cambia. Decir que los superhéroes son facistas puede ser válido en el terreno de la reflexión, sea por su antropocentrismo o por la exaltación de los valores individuales. ¡Pero en el ser humano lo individual no mata lo universal! De niño, no era fanático de los superhéroes. Hoy prefiero los de Marvel, como los X-Men. Me interesa ver al héroe envejecido, como en “Logan”. Me ayuda a mirarme a mí mismo.

En las primeras ediciones del libro, hablabas de “descolonización cultural”, hoy día, propones democratizar el lenguaje de la historieta. ¿Cuál es el cambio entre estas dos posturas?

Una cosa no niega a la otra, pero es cierto que el acento ha cambiado. Antes se decía que el mundo era bipolar: por un lado los países capitalistas, por otro los países socialistas y una especie de tercera vía que no quedaba tan clara. De pronto, a fines de los 80 cae el universo socialista. Sigue existiendo el imperio, desde luego, así como la colonización mental. Pero lo que no es tan claro ahora son las opciones para enfrentarlo. Al proponer una democratización del lenguaje de la historieta, estoy subvirtiendo las normas verticales de la comunicación. Creo que el aporte del libro es su apuesta por una historieta al alcance de todos. No solo de los que saben dibujar. Hay que salir del analfabetismo visual. Al conocer el lenguaje, podemos convertirnos en lectores más críticos y conscientes.

El canon de Juan: los cómics imprescindibles para el autor

“Contrato con Dios”, de Will Eisner (1978)

Notable novela gráfica sobre un grupo de judíos pobres que viven en una pensión del Bronx, en Nueva York: racismo, fanatismo religioso y humor negro.

“Paracuellos”, de Carlos Giménez (1975)

En esta serie, el maestro madrileño resumió todo el miedo y la miseria de la posguerra civil a través de las aventuras de un grupo de huérfanos en un internado.

“Maus”, de Art Spiegelman (1991)

Representados como ratones (judíos), gatos (alemanes) y cerdos (polacos), el artista estadounidense ofrece una expresionista crónica del holocausto.

“Witheman”, de Robert Crumb (1971)

Padre del movimiento del comix underground de la década del sesenta, su obra se caracteriza por la incorrección política. Es la figura más influyente de la contracultura estadounidense.

“Coco, Vicuñín y Tacachito”, de Hernán Bartra (1953)

Para Juan Acevedo, se trata de un clásico que nutrió la infancia de su generación. “Cuando la descubrí a los 9 años, fui feliz leyendo aventuras que sucedían en El Perú”, recuerda.