Martín Tanaka, investigador principal del IEP, fue entrevistado por el diario La República sobre la coyuntura política peruana. ►http://bit.ly/3T7WdAW
—Hay observadores que señalan que la intensidad de las protestas contra el Gobierno han disminuido. ¿Se puede decir que sobreviene un periodo de mayor estabilidad para el Ejecutivo?
—Creo que ha pasado esta ola muy grande, la que, parecía, podía haberse tumbado al Gobierno. También es verdad que este es uno tremendamente débil y que cualquier nuevo incidente –mañana o pasado mañana– lo puede hacer tambalear de nuevo. Sin embargo, es cierto que ahora es concebible un escenario que antes no, en el que se mantienen las protestas, pero no tienen la contundencia para torcerle el brazo ni al Ejecutivo ni al Congreso, porque lo que se ve es un juego complementario: el Gobierno dice: “Estaba dispuesto a adelantar elecciones…”.
—Y tú, Congreso, no quieres.
—Así es. Y en el Parlamento están con esa actitud de “ya pasó lo peor, ¿por qué tendríamos que apurarnos?”. Incluso el escenario del 2023 está descartado y el del 2024 se ve muy difícil. Posiblemente más de uno esté pensando “nos quedamos hasta el 2026”.
—Eso por seguro.
—Y todos son actores muy débiles, deslegitimados. El Gobierno se termina recostando en el Parlamento para sostenerse, y este, totalmente desacreditado, se ampara en actores como las Fuerzas Armadas, la Policía, algunos medios. Hay una coalición conservadora de derecha que aplaude la estrategia de continuar y endurecerse.
—Me dice que posiblemente las protestas de ahora no son lo suficientemente fuertes. ¿Pero qué más tendría que ocurrir? Supongo que en otro país, más de 60 muertos hubiesen llevado a la caída de un gobierno.
—Claro, pero un gobierno mucho más sensible a su legitimidad ante la opinión pública…
—Ese es el punto.
—Efectivamente. Este es un Gobierno y un Parlamento que como que ya asumieron estar totalmente de espaldas al sentir de la mayoría de los ciudadanos, y simplemente se han propuesto durar, intentando encontrar en el camino algo de la legitimidad que hoy no tienen. Lamentablemente, hay muchos ejemplos en donde uno encuentra que estos gobiernos que deciden ponerse de espaldas y continuar sobre la base de la pura fuerza, lo logran. Piensa en la oposición a Maduro. Claro, la diferencia está en que aquí la formalidad democrática se respeta. Esta presidenta surge de una sucesión constitucional y todo eso, pero la fractura de la legitimidad es muy grave.
—¿Este es un gobierno democrático o autoritario, o algo en el camino entre ambos?
—Diría que este es un gobierno democrático en su origen, pero que, en su ejercicio, demuestra una actitud muy autoritaria, de subestimar la protesta, las críticas de la oposición. Se ha cerrado y responde a las protestas descansando fundamentalmente en la represión. Como que ha renunciado a desarrollar iniciativas políticas y, en medio de esta polarización, se ha formado una coalición muy excluyente. Las críticas no llevan a hacer correcciones sino que llevan a satanizar a los adversarios. Se manejan discursos “conspiracionistas”, en los que quienes protestan lo hacen porque tienen planes malévolos. Algo esencial en una democracia es el respeto al pluralismo.
—Y la rendición de cuentas.
—Correcto. Por eso, nos estamos deslizando hacia esta cosa que ya es más híbrida, no es plenamente democrática, lamentablemente.
—¿Nos estamos deslizando o ya llegamos a esa hibridez?
—Nos hemos deslizado. La inestabilidad en la que estamos es mala en sí misma, pero también puede llevar a un cambio. Todo es muy precario. Y esta es un poco la paradoja: percibimos autoritarismo, pero quienes están en el poder son actores muy frágiles, muy débiles. Porque cuando uno piensa en gobiernos autoritarios, suele imaginarse a figuras fuertes. Acá es todo lo contrario. Es la suma de diferentes actores, todos muy poco legítimos y todos muy frágiles que, circunstancialmente, sostienen al Gobierno y a esta salida con rasgos autoritarios tan fuertes.
—¿La respuesta a la permanencia en el poder de estos actores deslegitimados tiene que ver con el hecho de que han conseguido agruparse?
—Sí, en parte. Y en parte también a que la oposición y los sectores que critican al Gobierno son frágiles y están divididos. Si uno compara con lo que ocurrió en noviembre de 2020, el bloque que protestaba era mucho más policlasista, por así decirlo, y más nacional. Buena parte de los sectores medios y de la opinión pública limeña se sumaban al rechazo a Manuel Merino. Mientras que ahora está muy claro que buena parte de Lima no respalda las protestas y los sectores medios y altos tampoco. El núcleo más duro de la protesta está en el sur andino. Es decir, política y geográficamente hablando, la capacidad de ese sector de imponerse sobre el otro es menor.
—¿Qué futuro le ve a las protestas?
—Me parece que van a continuar con intensidad variable. Da la impresión de que el pico ya lo pasamos. Mirando las cosas en perspectiva, todo lo que está ocurriendo en la cultura política en todo el sur andino y en particular en Puno es bastante preocupante. En la medida en que el descontento no pueda canalizarse institucionalmente, va a hacerlo por algún otro lado.
— ¿Con alguna propuesta autoritaria?
—Es una posibilidad. Y seguramente se va a traducir en opciones políticas ultrarradicales en las elecciones que vengan, en el momento que vengan. En tanto se sienta que con las protestas no se está logrando nada, se va a generar un malestar que puede llegar a ser muy explosivo.