Texto original ► https://bit.ly/2O4PlSN
Rememorar para entender y curar. Tal parece ser, al fin y al cabo, el motivo de la investigación del historiador Luis Bustamante Otero en torno a la violencia doméstica durante la Colonia. Sobre la herida ancestral de la sevicia, los cambios de paradigmas y la identidad masculina en tiempos de crisis, conversamos con el autor del libro «Matrimonio y violencia doméstica en Lima colonial», donde se comprueba que la violencia contra la mujer, ayer igual que hoy, atravesaba todos los sectores sociales.
— Personalmente, ¿cuál ha sido para usted el descubrimiento más significativo de esta investigación?
Como hombre, constatar que había hombres que podían ser también maltratados, y a partir de ahí deducir que la violencia es también un tema de poder. Esos hombres maltratados son hombres que no tienen poder en la medida en que no se acogen al estereotipo de lo que debe ser un varón dentro del orden patriarcal: no mantienen a su esposa, no son capaces de subordinarla, y las esposas aparecen como proveedoras del hogar que cumplen con sus «obligaciones», por contraste con el varón, y se imponen entonces por medio de la violencia. Esa es una de las cosas que me llamaron la atención y, por otro lado, los múltiples reclamos de las mujeres acerca de que ellas son la consecuencia de un matrimonio impuesto.
— Muchas desde los doce años.
Doce, trece años. Niñas. Y cuando se producen estos incidentes de violencia ellas rememoran que sus padres les impusieron un matrimonio a la fuerza. El patriarcado es un sistema vigente, pero en crisis, por el empoderamiento de la mujer y porque en el contexto globalizador actual resulta mucho más fácil visibilizar estos problemas. Ahora, adecuarse a un trastocamiento de esta naturaleza está resultando difícil para los hombres de hoy.
— ¿Qué es lo más difícil?
Aceptar que tu esposa puede ganar más que tú, por ejemplo. Y la misma televisión ejerce una influencia muy grande, con las múltiples imágenes de mujeres empoderadas, lo que supone que el hombre también debería cambiar, pero no necesariamente lo hace. Es decir, el papel del hombre no se puede limitar hoy a ser proveedor del hogar, que es lo que te enseñan cuando eres chico. Aunque en mi caso yo tuve una madre que trabajaba y que no tuvo empacho en que yo jugara con mis primas al lado de una Barbie, lo que nunca me hizo sentir menos hombre. Pero creo que muchos varones están sufriendo en ese sentido. No resulta fácil ser hombre que provee y que manda, que es lo que te enseñan, pero que también cambia pañales, limpia la casa y compra las verduras del mercado.
— ¿Y que tiene que ser seductor?
Y sensible. Y a la vez fuerte. Eso es algo que se está haciendo difícil para muchos.
— Ahora, ¿qué tienen en común los conflictos domésticos desde la Colonia hasta nuestros días?
Son dos mundos distintos, pero hay analogías. A fines del siglo XVIII la sociedad peruana experimenta un proceso de cambios que tienen que ver con la igualdad, la libertad, la democracia. Ideas que llegan a cuentagotas a partir de las élites letradas, pero que desde ahí, por medios orales, van llegando hacia las masas. Y este conjunto de nuevas ideas altera el patriarcado, en cuanto le enseñan a hombres y mujeres que las relaciones entre ellos tienen que ser fundadas en el amor y el entendimiento, y que la violencia es un atentado contra la libertad. Ese contraste entre lo viejo y lo nuevo genera una crisis, entendida como la disolución de algo y a la vez el nacimiento de algo nuevo y, como consecuencia, muchas mujeres se sienten más inclinadas a reclamar ante los tribunales de justicia por el maltrato que reciben de sus esposos.
— Por momentos parece que estuviera hablando de los tiempos actuales.
Así es. La modernidad contemporánea, enmarcada dentro del espectro globalizador, ha trastocado este orden patriarcal y ha generado una coyuntura de crisis que se expresa en una mayor protesta por parte de las mujeres. Esto, a su vez, genera la sensación de que aumentan los casos de violencia en el matrimonio, pero yo no sé si realmente aumentan o simplemente están más visibilizados. También a fines del siglo XVIII hubo una mayor visibilización y aumento de la violencia judicializada, pero, por lo demás, las causas son en el fondo las mismas: el marido que llega alcoholizado, el macho que quiere imponer su punto de vista, la mujer que «no cumple con sus obligaciones».
— Durante la Colonia, además, estaba aceptada la llamada violencia «correctiva».
En el pasado, esto que llamamos orden patriarcal, este sistema de relaciones de género que tiene entronizado al varón, se nos aparece en los primeros tiempos coloniales como un sistema relativamente estático en el que hombres y mujeres parecieran conocer cuál es su lugar. Y, en tal sentido, durante siglos se aceptó que los hombres tenían derecho a corregir a sus esposas si estas no cumplían con sus obligaciones. Y esa corrección podía suponer un jalón de pelo, una cachetada, un grito o un jaloneo.
—Mientras no fuera «excesivo», como se detalla en su investigación.
Ni excesivo ni reiterativo, lo que podía ser mal visto. En general estos problemas solo se visibilizaban si iban al tribunal de justicia, y lo que ocurría es que no había una medida para delimitar cuándo la violencia correctiva realmente lo era, porque finalmente quien imponía lo que era correcto o incorrecto era el varón. Dependía de su arbitrio. En otras palabras, cuál era el límite entre lo que era una corrección y lo que era violencia simple y llana dependía del marido. El patriarcado es un sistema de relaciones en donde el hombre manda, pero su autoridad no es absoluta, supone una negociación permanente.
— Pienso en las salvajes agresiones a Eyvi Ágreda y Juanita Mendoza. ¿Hay registros de feminicidios mediante el fuego en la Colonia?
No recuerdo, pero casos escandalosos sí: mujeres acuchilladas, y hombres también acuchillados. Y en las áreas rurales eran amarradas a árboles, sometidas a la flagelación. Y muchas mujeres entendían esto como corrección incluso: «Mi marido me corrigió malamente», decían. Yo creo que hay que mirar el pasado para entender el presente y darnos cuenta de que el patriarcado no ha llegado ahora, y que lo que llamamos machismo no es otra cosa que la exacerbación de un sistema histórico. Hay que darnos cuenta de que esta es y ha sido una sociedad violenta.
— ¿Dónde radica el germen de su interés por este tema?
Cuando era alumno del posgrado llevé un curso sobre vida cotidiana y ahí me topé con algunos casos en México y en Chile de violencia conyugal que me pareció que merecían atención. A mí me interesaba hurgar en la vida privada. Porque creo que la vida pública no está completamente separada de la vida privada, hay vasos comunicantes. Ya luego me topé con un artículo del recordado historiador Alberto Flores Galindo titulado «Las cargas del sacramento». Ese artículo me movió porque me mostró estos niveles de violencia y me hizo pensar en cómo la violencia puede transmitirse a partir del ejemplo, o sea, si tú has visto que tus padres se pelean, probablemente tú vas a repetir eso. De tal palo tal astilla. Y yo creo que eso le pasa al Perú también.
— Somos hijos de la Colonia.
Claramente. Y en el Perú conviven colonialidad con modernidad, pero no es solo un problema de las mujeres. Es un problema que atañe a los hombres y a la familia. Las masculinidades están en crisis, pero la construcción de la masculinidad no compete exclusivamente a los hombres. Tú te construyes como hombre también en relación a las mujeres: enamorando a una mujer, jugando con tu hermana, dirigiéndote a tu mamá, compartiendo el aula con tus compañeras de clase. Estamos en crisis, y esto tiene para largo, pero me gustaría que entendiéramos que hay que acabar con este flagelo y que la historia no es visitar el pasado para ver las cosas que ya murieron. La historia tiene algo que decirnos, y puede ayudarnos a entender mejor el presente en el que vivimos. El modelo burgués que nos ha regido republicanamente ya no da más.
MÁS INFORMACIÓN
Fecha de la presentación: domingo 22 de julio.
Hora: 7 p.m.
Lugar: Sala Clorinda Matto de la Feria Internacional del Libro de Lima.
Dirección: Parque de los Próceres (Av. Salaverry cuadra 17, Jesús María).