El fallecimiento de John Víctor Murra, el pasado 17 de octubre, significa la partida de uno de los más brillantes investigadores de la historia y la cultura de la región andina. Su nacionalidad de origen fue la rumana, pero había radicado desde joven en los Estados Unidos, donde se hizo antropólogo. Como autor, profesor y conferencista resaltó permanentemente la creatividad y capacidad de los pobladores andinos para crear recursos, y aún riqueza, en un medio geográfico complejo, en el que la opinión ilustrada de hoy sólo ve pobreza y gentes de quienes sería necesario recordar que “también son peruanos”.
John Murra estaba retirado desde algunos años, en su casa de Ithaca, en los Estados Unidos. Su precaria salud, resultado de sus noventa años y de una vida intensa pero llena también de sobresaltos, le impedía ya viajar e investigar, como lo había hecho a lo largo de más de medio siglo. Nacido en Odessa en 1916, vivió su infancia en Bucarest, hasta que, siendo un adolescente, se embarcó a los Estados Unidos, siguiendo a un tío medio gitano que tocaba el contrabajo. En Chicago entró a la Universidad, pero poco después marchó a la guerra civil española como soldado, donde, como él mismo lo destacara tiempo después, su dominio del ruso, inglés, francés y castellano, era una combinación excepcionalmente útil. La derrota republicana lo hizo volver a los Estados Unidos, donde terminó los estudios de antropología. Tras una fase en la que se orientó a los estudios sobre Africa, apuntó su interés hacia el área andina. Eran los años en los que en los Estados Unidos se popularizaron los estudios sobre “áreas culturales”. La región andina fue identificada como una de estas, y Murra, que ya había estado en Ecuador en los años cuarenta, se alistó entre sus investigadores.
Entre los años cincuenta y ochenta, publicó un conjunto de innovadores trabajos sobre la organización social de las poblaciones andinas, entre los que se recuerda, sobre todo, sus estudios sobre la función social del tejido, la organización económica y social basada en el control vertical de pisos ecológicos, el papel de los curacas o autoridades étnicas en la organización política prehispánica y colonial, así como sus semblanzas sobre una serie de personajes (como Fray Domingo de Santo Tomás, o Huamán Poma) que, proviniendo del mundo occidental o del indígena, funcionaron como intérpretes o interlocutores de la cultura andina. Tal vez porque él mismo se reconocía en ellos.
Sus obras más celebradas fueron su tesis doctoral presentada en 1955 y sólo mucho más tarde publicada en castellano (antes que en inglés) bajo el título de La organización económica del estado inca (Lima/México: Instituto de Estudios Peruanos y Siglo XXI Editores, 1978), y Formaciones económicas y políticas del mundo andino (Lima: IEP, 1975). De este último libro, el IEP, conjuntamente con la Universidad Católica, hicieron en el 2002, una reedición ampliada y corregida bajo el título de El mundo andino. Población, medio ambiente y ecología, en el que se incorporó una docena de nuevos artículos publicados por el autor entre 1975 y el año 2000.
Un elemento novedoso de sus estudios fue la interdisciplinariedad. Bajo el nombre de Etnohistoria, creó un enfoque en el que se integraban los métodos del historiador, el antropólogo y el arqueólogo. Uno de sus méritos fue, así, leer con ojos de antropólogo los documentos y la correspondencia dejada por los funcionarios de la administración virreinal. No se trataba de “Crónicas” históricas hechas para ser leídas por la posteridad, como en las que habían trabajado los antiguos historiadores de los Incas, sino de informes económicos y políticos, o de “encuestas”, que el estado colonial aplicaba a los indígenas para su mejor gobierno. Una de sus fuentes favoritas fueron, por ejemplo, los reportes de Juan Polo de Ondegardo, un asesor del virrey Toledo, y gran conocedor de la cultura y el derecho indígenas.
El año 2000 fue la última vez que John Murra visitó el Perú. Vino a despedirse, de los muchos amigos, alumnos y colegas que había reunido aquí alrededor de su larga vida. También, de una realidad social, con la que había desarrollado un íntimo compromiso. En este sentido fue asimismo un hombre ejemplar. No se limitó a investigar, en el sentido corriente de contratar asistentes que recolectasen datos que luego él analizaría en su despacho, sino que se preocupó de formar discípulos en las regiones de estudio y crear las instituciones donde ellos pudieran desarrollar luego su quehacer. Quizás por haber sido un inmigrante a quien le costó hacerse un sitio en la academia norteamericana, sabía de la importancia de crear espacios abiertos en los que los investigadores pudiesen vivir de su trabajo. En países como el Perú y Bolivia, debió batallar muchísimo para que el Estado o las empresas privadas invirtiesen en el estudio del pasado y la realidad rural. Le gustaba porfiar en esas batallas, y disfrutaba mucho con las pequeñas victorias que significaron, por ejemplo, llevar la primera fotocopiadora a Huánuco, o que la Universidad de esa ciudad, publicara una de las largas encuestas hechas en el siglo XVI a los campesinos de la región.
Generoso con su tiempo y su saber, Murra dictó cursos en la Universidad de San Marcos a finales de los años cincuenta y, algún tiempo después, en 1964, fundó junto con varios de sus ex alumnos y colegas sanmarquinos el Instituto de Estudios Peruanos, bajo la idea de que este centro fuera una sede que concentrase a estudiosos de la historia y la cultura andina. Ahora que su presencia entre nosotros ya no será física, nos quedan sus trabajos y su ejemplo para aprender a valorar lo original y lo propio que hay en la cultura de los hombres andinos, con quienes él nos enseñó a tener un diálogo respetuoso y de iguales.
Carlos Contreras
Profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú y miembro del Instituto de Estudios Peruanos