Discurso de agradecimiento de Juergen Golte al recibir la distinción como Doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Me siento muy honrado y agradecido por la distinción de Doctor Honoris Causa que la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la más antigua de las Américas, me confiere. Es un honor que se me otorgue después de décadas de vida dedicadas a la enseñanza e investigación en temas referidos a la historia, el presente y el futuro de los países andinos y especialmente del Perú.
Mi agradecimiento con la UNMSM es de larga data. Sin lo que aprendí en esta universidad mi vida hubiera sido otra, mis investigaciones hubieran tomado otro rumbo pues las lecciones básicas que aprendí en la antropología las he recibido en San Marcos.
Quisiera explicar esto un poco más. En mis años de estudios en San Marcos no se había separado la antropología de la etnohistoria y de la arqueología andina. Las tres disciplinas formaban un todo integrado. Hasta hoy estoy convencido que las tres disciplinas se necesitan mutuamente y que su separación sólo es dable si los estudiantes adquieren por lo menos los conocimientos básicos de las disciplinas complementarias a la cual se han inscrito. No hay planteamientos y problemáticas en la investigación que no requieran en cada una de ellas de los conocimientos desarrolladas por las otras. Bueno, nunca se me presentó el problema de crear líneas divisorias entre unas y otras pues aprendí a pensar sobre las cosas de los Andes en cursos y seminarios que integraban estas disciplinas.
El segundo punto que resultó de importancia capital fue que la antropología sanmarquina en aquellos años tenía como principio básico la integración de la enseñanza y la investigación. Tuve la suerte de hacer mis prácticas de arqueología en la Huaca de San Marcos, e igualmente las de etnohistoria en el Archivo Arzobispal y las de Antropología en aldeas de la vertiente occidental andina.
Las prácticas por lo general eran prolongadas. Eran prácticas en función de problemáticas que desarrollábamos a partir de experiencias. De esta forma nuestro aprendizaje partía de tales experiencias. Por lo general, nuestro aprendizaje y nuestras lecturas partían de ahí, de núcleos de experiencias. De ahí que las lecturas se guiaban a la profundización del análisis de problemáticas concebidas desde la experiencia que nos daba el confrontarnos con las realidades que estudiábamos. Este camino nos llevó a tener como referente principal de nuestros trabajos la interrelación con las personas y los grupos humanos con los cuales habíamos vivido durante nuestras prácticas.
Esto tenía como resultado dos elementos importantes para un antropólogo:
-Aprendimos que nuestro trabajo se hacía en función de la vida y cultura de personas concretas, y no en función de postulados abstractos desvinculados de ellas; y segundo
-Igualmente formulábamos nuestras interrogantes a partir de problemas y problemáticas y no a partir de discursos abstractos derivados de enunciados de la antropología a lo largo de sus años de desarrollo.
Con ello aprendimos algo fundamental: las ciencias no son discursos en sí, sino que se desarrollan en relación a sociedades y personas humanas iguales a nosotros mismos en lo abstracto, pero particulares y diferentes por su culturalidad específica y las circunstancias históricas y naturales en las cuales se han desarrollado. E igualmente importante: nuestra ciencia tenía como tarea principal la comprensión de problemas y el desarrollo de propuestas para su solución.
Es cierto que estas son verdades simples pero lo importante en ello ha sido que incorporamos estas verdades en nuestro pensamiento propio, en nuestras personas como experiencias a partir de las cuales construimos algo más que discursos aprendidos a través de lecturas. Es en este sentido que la enseñanza de la antropología en San Marcos se diferenciaba de la actual, en la que la lectura de textos clásicos se ha vuelto el centro de la enseñanza y no hay un contrapeso en la experiencia investigativa que tuvimos nosotros. Además había financiamiento para las universidades públicas, lo cual permitió que el Departamento de Antropología no sólo tuviera oficinas y aulas propias (en lo que ahora es la vivienda de San Marcos), sino que tuviera una biblioteca con las publicaciones pertinentes, un laboratorio fotográfico, y un elenco de profesores no sólo estables, sino también visitantes que de hecho en aquellos años nos enseñaban una antropología que no tenía que envidiar nada a nadie. Menciono sólo algunos de nuestros profesores: el Dr. Luís E. Valcárcel, el Dr. Jorge Muelle, el Dr. José Matos Mar, el Dr. José María Arguedas, el Dr. John Murra, el Dr. Juan Comas, el Dr. Pierre Duviols, el Dr. Maurice Godelier entre otros. Cualquiera de ellos ha hecho contribuciones importantes a la disciplina como investigador y sus obras siguen como lecturas obligatorias hasta hoy.
El que en aquel entonces éramos pocos alumnos y que por eso tuvimos también una cercanía personal y de intercambio de ideas abierto mas allá de seminarios y clases dictadas, sin duda alguna contribuyó a que nos integráramos a la disciplina con una confianza y autoestima que permitió que todos empezáramos a publicar los resultados de nuestras investigaciones ya como estudiantes, y que prácticamente todos mis compañeros y compañeras de estudio hayan tenia a partir de aquella época un desempeño destacado en la antropología no sólo en el Perú, sino también en otras partes del mundo.
Es por estas circunstancias que considero, a pesar de haber estudiado también en universidades europeas, que mi aprendizaje en las aulas sanmarquinas ha sido decisivo y ha influenciado de manera primordial todo lo que he podido investigar y escribir a partir de aquel entonces.
Ya en nuestra época de estudios escribí con compañeros de aula y de trabajo de campo etnografías como las de las comunidades campesinas del Valle de Chancay, que rápidamente se convirtieron en lecturas obligadas para aquellos que aprendían e investigaban sobre la vida y especialmente las economías campesinas en los Andes. Si bien presenté mi primera tesis doctoral en Alemania sobre cómo se trasformó la economía agraria andina de la época incaica hasta las condiciones de la segunda mitad del siglo XX, efectivamente ya tenía antecedentes en nuestras investigaciones de campo, en las cuales descubrimos en los pueblos sendos archivos que nos permitían entender cómo surgió históricamente el presente en el cual investigábamos. Entendimos también la variación de las historias específicas de acuerdo a los ambientes naturales que controlaban y la historia mayor en el contexto del Virreinato y de la República.
Ya después escribí un trabajo mayor, como tesis doctoral de Estado, sobre la organización económica en el Virreinato Peruano y cómo ésta empujó a la población provincial a la rebelión general bajo Tupac Amaru y Tupac Katari. También este trabajo es el resultado de una investigación que no hubiera realizado si no hubiera entendido la integración de los campesinos a la sociedad mayor y las posibilidades que tenían como campesinos en ella. Es decir, también esta tesis estaba anclada en lo que aprendimos en la universidad. Y es más, en este estudio traté de comprender el impacto de los movimientos campesinos sobre la sociedad mayor, ya que habíamos aprendido que los campesinos no eran simplemente subalternos de las élites urbanas, sino que tenían intereses propios que confluían con cambios importantes en la sociedad mayor.
Lo mismo se podría decir sobre un libro menor que alcanzó una difusión grande. Por una parte se relacionaba con lo que John Murra nos enseñó sobre la utilización de las ecologías diferenciadas en las economías andinas, y por otro lado con la observación que hicimos durante nuestros estudios de la utilización del espacio vertical en las aldeas.
Es cierto que ya en los años ochenta pude ampliar el enfoque que habíamos tenido en nuestras investigaciones entre el campesinado, que había sido el ambiente general al cual se dedicó la antropología durante los años de nuestros estudios universitarios. Es que en aquel entonces incluimos la ciudad, especialmente la suerte que corrían los migrantes provenientes de las aldeas andinas, a nuestros estudios. Sin duda alguna no es casual que Carlos Iván Degregori, con quien ya habíamos hecho en conjunto trabajos de investigación en nuestra época de estudiantes en aldeas campesinas, escribimos paralelamente y con enfoques diversos libros sobre la problemática del surgimiento de una nueva cultura urbana por la afluencia masiva de poblaciones campesinas a las ciudades costeñas. Y es cierto que en nuestras investigaciones anteriores, si bien estaban enfocadas sobre el campo, la migración a las ciudades y la vinculación de los campesinos con las ciudades ya habían sido una parte importante de nuestras observaciones. Así que el cambio a una antropología urbana era un cambio de énfasis, pero no algo completamente nuevo.
Por otro lado, a todos nosotros nos impactó el final de la percepción bipolar del mundo después de la caída del socialismo realmente existente. Nos impactó tan fuertemente porque la universidad y su estudiantado en los decenios previos de hecho se ubicaron entre alternativas de desarrollo. La elección entre las alternativas y el conocimiento necesario para discutirlas eran una tarea de las ciencias sociales e históricas. Podíamos entender en este sentido nuestros estudios como la creación de herramientas para que la población pudiera determinar con más conocimiento de causa las posibilidades de su desarrollo. Es cierto que en este sentido el avance del neo-liberalismo (que otorgó al mercado la calidad de ser el rector de la historia) nos dejó a todos la problemática de ubicarnos con nuestros estudios en el contexto social. Si bien no repetíamos el credo liberal, éste si nos obligó a repensar nuestras ideas sobre la historia y a indagar más profundamente sobre las determinaciones históricas de las culturas y de las identidades.
Los antropólogos hemos reaccionado de manera diversa a este reto. En mi caso he optado por dos vertientes. Me ha preocupado lo que significó la creciente mundialización para sociedades con culturalidades diversas y cómo la particularidad en cada caso ha influenciado el camino específico que se ha ido afirmando en la creciente mundialización. Un primer resultado de estas indagaciones era que elementos que no habíamos tomado en cuenta lo suficientemente en las investigaciones antropológicas, como las éticas, tenían una importancia primordial en la capacidad de desarrollar caminos propios hacia una modernidad específica. Las investigaciones en los Andes en amplia medida se basaban en informaciones habladas, en discursos verbales y por lo tanto las éticas eran más difíciles de comprender y, en efecto, hay que desarrollar una metodología adecuada para estos aspectos de la cultura que más se expresan en hábitos y no tanto en proclamaciones verbales.
De otro lado, y relacionado con lo anterior, me volví más consciente de que en la mundialización las historias de larga duración pesaban más que los presentes específicos en cada caso. De ahí que mi afición para la comprensión del desarrollo cultural de larga duración en los Andes me llevara a buscar nuevos caminos para conocer no sólo el pasado material de las culturas andinas sino sus cosmologías subyacentes. En ello me coadyuvaron sin duda alguna los conocimientos de la arqueología andina pero igualmente los de la antropología, tanto en antropología andina, como en antropología comparada; y finalmente también un elemento de nuestra época, en el también las ciencias dejan atrás cada vez más la “Galaxia de Gutenberg”. Me refiero a lo visual, pues ello no sólo se ha convertido en la forma de comunicación más importante en la vida diaria, sino que también adquiere cada vez más peso en la comunicación científica.
Quizás sea por esta tendencia general que empecé a mirar el desarrollo de las culturas complejas en los Andes y su cosmovisión subyacente por medio de la infinidad de imágenes que nos han dejado (cientos de miles en algunas culturas). Si bien mi punto de partida en aquello ha sido la cultura mochica, ya que utiliza códigos y símbolos muy pautados y explicativos, he logrado avanzar también en otras hasta puntos de comprender la complejidad del pensamiento que no hubiera podido sospechar al empezar estas investigaciones. Es mi esperanza que lo publicado hasta ahora sirva de aliciente a otros para que avancen por rutas emparentadas en la recuperación de una memoria histórica parcialmente enterrada por la Conquista. Es que tanto por mi socialización en Europa como por la antropología comparada estoy plenamente convencido que una conciencia de una historia de larga duración es una condición previa para encarar con seguridad la construcción de un futuro propio para cualquier grupo humano.
Para terminar: espero que en mi breve esbozo de algunas temáticas que he trabajado en mis investigaciones haya quedado claro que debo a San Marcos no sólo la gratitud por el honor conferido, sino mucho más: las inquietudes que han guiado mis investigaciones en buena cuenta son consecuencia del aprendizaje en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Por ello siempre me he sentido sanmarquino y tengo la esperanza que la universidad pública sea reconocida como un pilar fundamental del futuro de la sociedad peruana y que este reconocimiento social se convierta en un financiamiento adecuado que permita garantizar a todos los jóvenes una educación que esté a la altura de su capacidad creativa.