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Foto USI
Cuando recibí la noticia del fallecimiento de Julio Cotler, me vino a la memoria tres experiencias que compartí con él:
Primero: el maestro y mentor de mis intereses académicos como estudiante de antropología de la Universidad de San Marcos, tanto como alumno y como su asistente de investigación en tres proyectos del entonces recientemente creado Instituto de Estudios Peruanos, a mediados de la década del sesenta del siglo pasado.
Segundo: su mensaje de aliento, cuando en 1972, la Fundación Ford me otorgó una beca para estudiar una maestría en la universidad de Manchester, Inglaterra.
Tercero: ser el autor de un modelo de investigación al que llamó “el triángulo sin base”, para explicar los movimientos campesinos en la sierra central y sur del Perú, antes de la reforma agraria.
A diferencia de los homenajes que recibirá en adelante como el sociólogo y pensador más influyente en el Perú para el desarrollo de las ciencias sociales; este es más personal. Es un homenaje al amigo y colega que más influyó en mí para estudiar las migraciones internas e internacionales y últimamente la migración ambiental y climática.
Respecto a la primera experiencia; Julio fue mi profesor del curso de Sociología Rural. Cada clase suya era un reto y una arenga que nos invitaba a pensar el Perú de manera más global que local. Las clases sintetizaban las transformaciones que la sociedad y cultura peruana experimentaban. Temas como las migraciones internas; el proceso de urbanización; la formación de la barriadas; las relaciones socioeconómicas que experimentaba el Perú en movimiento y sus transformaciones estructurales a nivel local y global. Al final de cada clase, los estudiantes salíamos con más preguntas por explicar, que respuestas fáciles como aquellas, que una revolución podía resolver los complejos problemas del Perú, sostenida por algunos de mis compañeros de clase.
Una anécdota ilustra lo desafiante de sus exposiciones. Una mañana, Julio entra a la clase y dice: “una de las causas y consecuencias del subdesarrollo es la poca o ninguna participación de las mujeres en la sociedad peruana”. En la clase había varias mujeres y ninguna de ellas lo replicó; luego paso a decir: “el silencio de ustedes, las mujeres, confirma mi tesis”. Todos y todas nos miramos los rostros, habíamos asimilado el reto.
En la segunda experiencia; recuerdo como si fuera ayer, cuando fui a despedirme para empezar una enorme tarea académica en la Universidad de Manchester: estudiar una maestría en Antropología. Julio me dijo: “Teófilo, una sola vez hay oportunidades como esta, aprovéchala y regresa con tu grado académico”. Tanta fuerza tuvieron esas palabras que se convirtieron en un recuerdo permanente cuando, con un inglés primario y habiendo arrastrado una educación primaria y secundaria en mi pequeño pueblo de Ocobamba y siendo quechuahablante nativo, tuve que adaptarme lingüística, cultural y académicamente a una universidad que, por aquel entonces, contaba con el mejor, o uno de los mejores departamentos de antropología del mundo, donde se había gestado la llamada Escuela de Manchester. Esas palabras de Julio me dieron la resiliencia y el soporte fundamental en momentos de cansancio mental y físico y me permitieron concluir mi grado académico de MA in Economic and Social Studies.
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Respecto a la tercera experiencia, en un ensayo sobre la mecánica de dominación y cambio social en el Perú, Julio propuso un modelo descriptivo y analítico llamado “el triángulo sin base” para entender las causas y consecuencias de los movimientos campesinos de los años sesenta. En el modelo, en el que propone tres momentos históricos:
a.- Un triángulo incompleto, es decir sin base. En realidad era de un solo ángulo que proponía una etapa en la que los campesinos y colonos de las haciendas —desde sus orígenes en la colonia y en particular de la sierra central y del sur— estaban desarticulados entre sí. Sin comunicación entre ellos ni organizaciones que los representaran ante la dominación de la hacienda. El patrón era dueño no solo de las tierras sino también de los colonos y era quien resolvía los problemas familiares y tomaba las decisiones sobre la vida de estos.
b.- El segundo momento aparece cuando, por acción de la migración a las minas y las ciudades, principalmente a Lima, los colonos o sus hijos obtienen experiencia política y toman conciencia de las relaciones de dependencia y dominación. Algunos retornan a la comunidad y empiezan a movilizar a colonos y campesinos para hacer su propia reforma agraria o para recuperar sus tierras ancestrales.
c.- Un tercer momento surge cuando ese triángulo sin base se cierra. Es decir, las comunidades y colonos se organizan y surgen los movimientos campesinos. De otro lado, muchos de los hijos de los hacendados se educan en Lima y se quedan a vivir en la urbe, agotándose la continuidad generacional en la conducción de las haciendas. Los antiguos hacendados envejecen y ya no pueden contener los cambios sociales y políticos que configuran un nuevo Perú.
Este fue el modelo que utilice para hacer mi trabajo de campo en la comunidad indígena de Ongoy, Apurímac, en 1968, con la que completé mi tesis de bachillerato en Antropología, con la tesis El cambio del sistema de hacienda al sistema comunal en un área de la sierra sur del Perú: el caso de Ongoy.
Por todo esto, gracias Julio por haber guiado con tus palabras, enseñanzas y métodos, mi formación. Este es un homenaje póstumo al académico y al colega que tuvo mayor influencia en mi aventura académica y profesional. Un reconocimiento a ti y tu familia con quienes mantengo muy buenas relaciones; una de ellas (Angelina), fue mi alumna destacada en la PUCP.