Lee la columna de Ramón Pajuelo ► https://bit.ly/2USZZTG
Pocos intelectuales logran cristalizar una obra y trayectoria esenciales para el futuro de su propia sociedad. A Julio Cotler le tocó ser maestro de democracia en un país aún distante de alcanzar un rumbo colectivo efectivamente democrático, nacional y moderno.
La democracia que ocupó el centro de su labor intelectual, constituye un elemento fundamental de cohesión social. Es el principio básico de un adecuado vínculo entre Estado/sociedad, y el factor que posibilita el funcionamiento eficaz del gobierno y las instituciones. Pero encierra también la posibilidad de alcanzar relaciones de igualdad en la convivencia cotidiana, es decir, una plena ciudadanía social y política. De allí su rol de intelectual público guiado únicamente -contra viento y marea- por el apego a sus convicciones democráticas, y por el compromiso con una ciencia social rigurosa, capaz de aportar conocimiento sobre los problemas estructurales de la vida social.
El Perú fue indudablemente su patria vital, y su experiencia como miembro de una familia de migrantes moldavos judíos, marcó para siempre sus preocupaciones e ideales. Pero no fue, como podría pensarse ligeramente, un exiliado interior o alguien desubicado en el país. Por el contrario, desde niño se arraigó intensamente al Perú, y sus “patotas” de infancia en las calles de Breña, así como de sus agitados años universitarios sanmarquinos, lo acompañaron siempre. Dichas experiencias vitales le inculcaron una aguda noción de realidad, así como un sentido del humor fino, certero y socarrón.
Clases, Estado y nación, publicado por el IEP en 1978, puso el dedo en la llaga de los problemas históricos de exclusión y construcción nacional/estatal. De allí la amplia recepción que alcanzó dicho libro, pensado inicialmente como una introducción exploratoria de los antecedentes del velasquismo. Su estilo y contenido muestran la pasión y nostalgia –esa necesidad de una noción de patria y de no ser forastero, sugerida en los epígrafes de Benedetti y Arguedas que abren sus páginas- tan propias de la condición de exiliado que le tocó vivir durante esos años, merced a su deportación por el gobierno militar.
En las décadas posteriores fue un activo opositor público ante cualquier riesgo autoritario (por lo cual se opuso tenazmente alfujimorismo). Y siempre recordaré mi asombro ante su tristeza y voz quebrada, frente a los datos trágicos de la Comisión de la Verdad. Era el otro lado de su sobriedad parca y solemne, que en realidad envolvía una profunda sensibilidad humana.
A todos los actores del país, pero especialmente a la izquierda, con la cual se sintió más identificado (de allí la dureza de sus críticas ante una izquierda nada o poco democrática), les haría bien releer con atención sus textos, y escuchar en serio su voz pública. Aquellos escritos y palabras tan cargadas de realismo, pero también de esperanza en la necesidad de un futuro plenamente democrático, como norte indispensable de construcción de país; es decir, de un Estado y una comunidad nacional de auténticos ciudadanos. Y es que Julio Cotler, más que un pesimista, fue un realista esperanzado en las posibilidades de cambio social democrático en el Perú.