Lee la columna escrita por nuestro investigador principal, Rolando Rojas, para el portal Gran Angular ► https://bit.ly/2BZfxdK
El libro de Antonio Zapata, La caída de Velasco, reconstruye y analiza los últimos años del gobierno velasquista, período fundamental en la formación del Perú contemporáneo.1 El libro aparece cuando se cumplen los cincuenta años del golpe de Estado con que se inauguró dicho régimen, y nos interna en los acontecimientos que definieron su debacle. ¿Por qué cayó Velasco? El autor propone varios factores convergentes. Empecemos por el más novedoso: en un régimen compuesto por numerosas facciones, el sostén principal de Velasco estaba en el grupo de militares progresistas, cuyas cabezas más visibles eran los generales Leonidas Rodríguez y Jorge Fernández Maldonado.
Aunque los progresis-tas eran quienes impulsaban más decisivamente las “reformas estructurales”, Velasco debía actuar como una suerte de árbitro y moderar las diferencias en torno a ellas. Esto le confería cierta legitimidad y las medidas adoptadas adquirían la apariencia de un “consenso militar”.
Pues bien, en el argumento de Zapata, después de la amputación de su pierna, Velasco limitó sus apariciones públicas, sus encuentros con sus bases, y, aunque no se explican las razones, tendió a apoyarse en la facción de militares liderado por Javier Tantaleán, cono-cido como La Misión. Este grupo era proclive a la violencia para aplacar la movilización de los sindicatos de trabajadores, y para ejercer mano dura contra la oposición. Los asal-tos a los congresos sindicales, los apaleamientos a los huelguistas y la persecución a los dirigentes obreros, le dieron fama de fascistoide. Debemos añadir que la expropiación de las empresas pesqueras, la confiscación de la prensa escrita y la deportación de líderes de la oposición, acentuaron el aislamiento progresivo de Velasco y la pérdida de su función de árbitro de las diferencias. Esto es lo que explica que el golpe de Morales Bermúdez sea secundado por el ala izquierdista de los militares.
De otro lado, Zapata analiza el debate sobre la creación o no de un partido velasquista. En las esferas gubernamentales se había impuesto la tesis del “no partido”, fundamenta-da por Carlos Delgado. Dicha tesis era agradable a los militares porque un partido supo-nía abrirse a los civiles y compartir el poder con los liderazgos que sugieran de él. Sin embargo, conforme el gobierno se iba desgastando, la idea de organizar el apoyo popular fue ganando terreno. En cierto sentido, con ese propósito había surgido la Confedera-ción Nacional Agraria, gracias al apoyo del SINAMOS, pero posteriormente aparecie-ron, dirigidos desde el Ministerio del Interior, la Central de Trabajadores de la Revolu-ción Peruana, el Sindicato de Educadores de la Revolución Peruana, y otros organismos, con lo cual el régimen adquirió rasgos corporativos.
Pero la situación pareció salirse de control cuando se creó el Movimiento Laboral Revo-lucionario, inicialmente organizado entre los rudos trabajadores pesqueros y auspiciado por el ministro Tantanleán. Las acciones violentas que llevó a cabo el MLR, incluido un espectacular asalto al sindicato a los trabajadores mineros de Marcona, arreció la oposi-ción de la izquierda y la desconfianza del PCP moscovita, así como el temor de la dere-cha por una salida fascista. En la práctica el MLR fue un partido oficialista, aunque no representó a todas las facciones del gobierno, que agudizó el proceso de aislamiento de Velasco.
Por último, debemos mencionar la cuestión de la guerra con Chile. Una leyenda histórica señalaba que el golpe de Morales Bermúdez tuvo el propósito de frenar un conflicto ar-mado con el país sureño. Zapata, por el contrario, afirma que la gestión para la compra de tanques soviéticos con los que superamos a Chile en armamento terrestre, fue anterior cuando gobernaba Salvador Allende con quien Velasco mantenía buenas relaciones, y se hizo para fortalecer la unidad de las FFAA. Si bien poco después aparecieron las tensio-nes con Pinochet ante la perspectiva de entregar a Bolivia un corredor al norte de Arica, los debates en el Consejo de Ministros que los militares peruanos concluyeron que no había posibilidades de ganar la guerra: ésta se definiría en el aire y esa ventaja la tenía Chile; asimismo, el circuito de suministros militares para el Perú estaba en Rusia, mien-tras que el suministro chileno podía realizarse a través de Brasil, aliado de EEUU. El acuerdo del gobierno fue enviar dos misiones militares a Chile y Bolivia para aplacar los tambores de guerra. Si bien las tensiones con Chile no desencadenaron el golpe, los mili-tares que viajaron a las reuniones con sus pares chilenos y bolivianos, como Morales Bermúdez y Vargas Prieto, fueron quienes poco después defenestraron a Velasco.
En sus últimos días, Velasco aparece retratado como un hombre obstinado, sin reflejos políticos, y obstinado en no proceder a lo evidente: organizar su sucesión. Su caída se produce en la más completa soledad. Bastó que Morales Bermúdez realizara una demos-tración de fuerza y que ninguno de los jefes de las regiones militares le contestara el telé-fono para que abandonara Palacio de Gobierno, apenas acompañado de su edecán.