La corrupción es un nuevo terrorismo, por Víctor Vich

Artículo escrito por Víctor Vich para Ojo Público ►https://bit.ly/2jLY12D

En el Perú, la corrupción sobrepasa los límites del Congreso y el empresariado. Víctor Vich* analiza en esta columna cómo la ausencia de reformas a profundidad contra el machismo -que la semana pasada cobró una nueva víctima quemada por su acosador en un bus- ha llevado a que convivamos en diversos ámbitos con nuevos terrorismos.

Hace unas semanas, escribí un depresivo artículo sobre la situación actual dada la caída de un presidente lleno de indicios de corrupción pero al que, desde hace décadas, Javier Diez Canseco ya había denunciado no solo como “lobbysta” sino como sujeto muy hábil cuyas estrategias giratorias recién vamos descubriendo hoy. En dicho artículo, yo sostenía, sin embargo, que ni al interior de la propia sociedad ni entre los actuales congresistas existía la sensación de un verdadero desprestigio y que, en realidad, no aparecían signos radicales de querer cambiar las cosas.

El nombramiento de Salvador Heresi como Ministro de Justicia parece un golpe cínico. La vulgar neutralización de toda reforma electoral es otra prueba contundente. Todos quieren quedarse. En realidad, no sería raro que muchas de las peores caras del Congreso actual vuelvan a ser elegidas en el siguiente. Espero equivocarme. La absoluta irresponsabilidad campea no solo entre los políticos de turno sino entre nosotros los votantes. Pensar que la bicamerialidad va solucionar el problema es un gesto ingenuo.

Keiko Fujimori y José Chlimper son hoy los símbolos de la irresponsabilidad mayúscula (entre otras cosas): ambos intentaron convencer a la población que el fujimorismo había construido un equipo serio de congresistas pero hoy sabemos que se trata, sobre todo, de una bancada con integrantes investigados por diversos delitos que probablemente sean ciertos.

Sin embargo, Keiko y Chlimper aplican hoy la misma y vieja estrategia de su patriarca Alberto y, más o menos, esto es lo que están diciendo: “Fueron los asesores; nosotros no sabíamos nada. No somos culpables. O sí lo somos. La próxima vez lo haremos mejor” ¿No les da vergüenza? ¿No sienten culpa? Si un líder elige mal a sus asesores, eso es prueba suficiente para demostrar que no es un buen líder y que debe retirarse a mirar el mundial con sus amigos.

Es claro, sin embargo, que los fujimoristas no son los únicos corruptos, pero sin duda son ellos quienes más han contribuido a institucionalizar y normalizar la corrupción generalizada en el sistema económico, en el funcionamiento de la clase política y en la propia vida ordinaria. En todo caso, la risa cínica de Alberto Fujimori es hoy heredada por Galarreta y muchos otros más. Escuchar, por ejemplo, a Luz Salgado decir que “no hay pruebas suficientes” contra Yesenia Ponce es volver a escuchar las macabras voces que reinaron durante los años 90. Es claro que, como sociedad y como clase política, no hemos aprendido nada todavía.

La absoluta irresponsabilidad campea no solo entre los políticos de turno sino entre nosotros los votantes.

En el Perú, la corrupción es, entre muchas otras perspectivas, la carencia de un sentido de comunidad, la ausencia de responsabilidad por el bien público. Nadie en el Perú piensa en su responsabilidad ante los demás y hoy todos los ciudadanos somos socializados para hacer negocios individualmente sin importar nada de la vida colectiva. Vivimos bajo un sistema -el capitalismo- que solo piensa en maximizar ganancias y, más aún, en hacer trampa. Ejemplos sobran y no me refiero a lo que sucede en el mundo informal, sino en los restaurantes más caros de la ciudad.

Pensemos, por ejemplo, en el truco del vuelto de los centavos en los supermercados, en las falsas ofertas al ir a pagar a las cajas, en la leche Gloria que no es leche, en el vergonzoso monopolio de las medicinas, en las empresas offshore de los Panama Papers (¿en qué quedó eso?), en el gran “combo club” de la Construcción. El capitalismo “enterró la dignidad personal bajo el dinero”, dijo alguien que está por cumplir 200 años.

SEMÁFOROS DE ALIMENTOS.  Hoy todo intento de ejercer autoridad desde el Estado y de marcar un límite es sistemáticamente desautorizado e inclusive “terruqueado”. Ejemplo: la negativa a regular la comida chatarra.

Vivimos, por lo demás, bajo un aparato estatal -ciertamente ineficiente e infernal- pero tomado por lobbystas e imposibilitado de ejercer autoridad. No se trata de políticos débiles; se trata, peor aún, de que ya no existen políticos pues hoy todos se han vuelto gerentes con intereses particulares, pero con suficiente poder para hacer pasar su interés particular como si fuera universal. En efecto, el día de hoy todo intento de ejercer autoridad desde el Estado y de marcar un límite es sistemáticamente desautorizado e inclusive “terruqueado”. Ejemplo: la negativa a los semáforos en los alimentos. La detenida reforma del transporte por la actual gestión de la Municipalidad de Lima es otro claro ejemplo de los lobbys bajo la mesa. El pésimo servicio del bus metropolitano (yo lo tomo todas las semanas), controlado por privados, es indignante día a día.

El problema es que hoy en el Perú nadie piensa en lo colectivo. Solo impera la codicia que se ha naturalizado a tal extremo que ya no es codicia. Nos hemos vuelto narcisos e individualistas. Desde la calle hasta el Congreso de la República, desde la vida cotidiana hasta la Confiep, hoy en el Perú no existe ningún sentido de comunidad (que no sea el de la fantasía del fútbol), ningún sentido de responsabilidad ante los demás y menos aun, ningún sentido de justicia. Hace poco, en una conversación política, mencioné la pregunta por lo que era “justo” y me dijeron que hoy nadie se hacía esa pregunta al interior de una empresa.

Como dice un ensayista famoso, “hemos entregado el control de nuestras vidas a unos fanáticos del libre mercado” quienes, por ejemplo, sí tienen los recursos para pagar 18 soles por un paquete de canchita en el cine y que, en lugar de quejarse de la cartelera, son capaces de escribir increíbles artículos para sostener que el estalinismo está resucitando por querer intervenir ante algunos abusos.

¿Algún alcalde ha pensado en comprar un cine para construir un centro cultural y enriquecer el nivel educativo de su distrito? ¿Alguna empresa privada ha pensado en construir un parque o un centro deportivo? En el Perú de hoy, ya nadie piensa en algo que no sea negocio. Nadie piensa en el patrimonio, en los espacios públicos, en los lugares colectivos. Así como destrozaron las olas de La Herradura, otros gerentes están pensando en destruir las olas de la Costa Verde. Pregunta: ¿Interbank será capaz de hacer un museo democrático con las colecciones de arte que ha comprado? ¿O será gestionado como un simple negocio igual al de las hamburguesas?

La degradación no solo está en muchos de los congresistas y en muchos empresarios. La vemos día a día entre nosotros mismos porque somos hoy capaces de prenderle fuego a alguien en un micro. Yerra el que piensa que se trata de un caso de patología individual. El nuevo terrorismo es también la masculinidad en la que hemos sido formados. Pero asombra mucho más la falta de imaginación y medidas para comenzar a frenar estos problemas y para decidirse a iniciar una verdadera reforma cultural. Ante estos hechos, ninguna declaración nueva, ninguna medida nueva. Ninguna.

Subrayemos que el presupuesto dedicado a la cultura fue el más bajo dentro el presupuesto general de la nación este año. ¿Nos hemos vuelto locos? Nadie parece darse cuenta que la vida colectiva continúa deteriorándose día a día (por la delincuencia, por el machismo, por la discriminación, por la tala de bosques, por el individualismo, por la frivolidad del mercado, etc.) y tenemos poca imaginación para plantear algo distinto.

Los nuevos yuppies solo piensan en crecer económicamente y piensan que ello es suficiente y que lo justifica todo. Las políticas culturales (que son políticas educativas) deberían ser protagónicas en el Perú, pero los políticos todavía no saben para qué sirve eso. En el Perú de hoy (acosado por una gravísima crisis educativa) solo se busca construir nuevos centros comerciales (con pésimas carteleras de cine) para continuar vendiendo salchipapas.

El nuevo terrorismo es también la masculinidad en la que hemos sido formados.

El periodismo actual sigue sin ayudar, no solo por su falta de autocrítica, sino además por su falta de imaginación. Ejemplo: los días previos al nombramiento del gabinete Vizcarra a los más destacados de nuestros periodistas no se les ocurrió mejor idea que invitar a sus programas a los mismos personajes de siempre. Fue realmente increíble observar nuevamente a Antero Flores Araoz, Lourdes Flores Nano o a Jorge del Castillo dando invalorables consejos sobre lo que se tenía que hacer en este momento. Al verlos ahí, yo pensé, como otros, que Hollywood hacía muy bien al recuperar últimamente la estética de los “zombies”: hay, en efecto, muertos sin autocrítica que se resisten a morir. Hay muertos que insisten en estar vivos.

De hecho, otro “zombie” de antología es el ex canciller Francisco Tudela que, aprovechándose de una excarcelación y de un doloroso aniversario, afirmaba correctamente que los terroristas habían querido destruir y degradar el Estado peruano, pero no parecía muy consciente de que él fue el último bailarín de la destrucción y degradación de todas las instituciones peruanas a finales de los noventa (y de buena parte de la herencia degradada en la que hoy continuamos insertos).

Hoy el problema no es Osmán Morote ni el famoso Mausoleo en Comas. El problema de fondo es una clase política que debe renovarse y un sistema, el capitalismo, que no sabemos cómo transformar. Seamos francos: la liberalización del transporte solo ha traído caos y muchas mafias. La liberalización de la educación ha generado, sobre todo, engaños mediocres y más mafias también.

La liberalización de los servicios de salud ha supuesto abusivos monopolios y mucha crueldad. Estos ejemplos parecen suficientes para situar a este elogiado sistema económico al mismo nivel que el viejo estatismo.

Un amigo mío refería hace poco cómo el capitalismo especulativo generaba una “zona gris” para realizar un conjunto de transacciones financieras mediante modalidades no legisladas e inclusive no legislables. El gran problema, entonces, son los miles de PPKs que se forman hoy en las más prestigiosas universidades peruanas. El gran problema son muchos de esos elogiados “emprendedores” que han fundado universidades bamba o han puesto negocios de fotocopias.

En una de las obras más famosas de Darío Fo (Premio Nobel de Literatura), aparece un personaje que dice algo que podría describir muy bien a mucha de nuestra clase política, pero no solo a esa de los escándalos conocidos (la de los falsos títulos o la de los vínculos con narcotráfico, etc), sino a quienes tienen una falsa imagen de sí mismos. Hoy, congresistas como Mercedes Aráoz (esos que no tienen valor para retirarse a su casa reconociendo sus errores) son los que casi están afirmando lo siguiente: «Estamos de mierda hasta el cuello, es cierto, y por eso podemos ir con la cabeza bien alta».