El mundo rural está cambiando y las mujeres rurales jóvenes también. Contrariamente a los sueños y expectativas que tenían sus madres y abuelas, las jóvenes rurales de hoy buscan ser más autónomas e independientes. En el Perú, este colectivo representa el 4% de la población total y el 16% de la población rural. A propósito del Día Internacional de la Mujer, conversamos con Andrea García, investigadora del programa Nuevas Trenzas, que busca generar conocimiento actualizado sobre los cambios en este grupo humano para promover el diseño de políticas públicas efectivas que procuren su desarrollo y el de su entorno. En nuestro país, este programa es coordinado por el IEP.
ANDREA GARCÍA. Socióloga e investigadora del IEP.
¿Por qué investigar sobre las mujeres rurales jóvenes en este momento?
Porque muchas de las políticas públicas, programas y proyectos que se diseñan para atender el desarrollo de las zonas rurales se hacen en base a estereotipos sobre lo que se cree que son las mujeres rurales, en especial las jóvenes rurales. Lo que buscamos es conocer más acerca del nuevo perfil de este grupo, cuáles son sus capacidades, necesidades y aspiraciones. Ellas tienen características que no tienen generaciones anteriores, como por ejemplo, mayor contacto con zonas urbanas, mayor nivel de educación, mayor contacto con las tecnologías. Estas expectativas y habilidades distintas las convierten en actores claves para el desarrollo del mundo rural, pero muchas veces son dejadas de lado porque se tiene una visión desactualizada sobre ellas.
¿Las jóvenes rurales de hoy se parecen a sus madres y sus abuelas?
Contrario a lo que se piensa, cada vez se parecen menos. Lo que hemos encontrado durante el último año y medio de investigaciones del programa es que actualmente muchas se parecen más a las jóvenes urbanas en ciertos aspectos y no tanto a sus madres y abuelas rurales, como por ejemplo, en el uso de celulares e Internet. Antes muy pocas mujeres se veían trabajando fuera del hogar o cursando estudios superiores. Ahora, las jóvenes tienen expectativas distintas, la mayoría de estas ligadas a la educación y el trabajo, lo cual las aleja cada vez más de los roles tradicionales y en cambio buscan tener mayor autonomía. Para muchas de ellas, convertirse en madres o esposas ya no es una aspiración; por el contrario, para casi todas esto es algo que deberían retrasar o incluso evitar. Ahora sus metas se centran en la educación porque la consideran una herramienta clave para desarrollarse plenamente y de manera autónoma. Eso las hace distintas.
¿Cómo aportan las jóvenes rurales a la economía? ¿En este aspecto también se están registrando cambios?
Creemos que las jóvenes rurales constituyen un capital humano que está subvalorado y subutilizado. Ellas contribuyen mucho al desarrollo rural pero este aporte no se ve reconocido ni valorado. Precisamente, por eso son un grupo con mucho potencial y a veces ni ellas mismas se percatan de la manera en que aportan a la economía rural. Por ejemplo, a través de las labores del hogar, la crianza de los hijos o hermanos, o el trabajo en la agricultura para el hogar. Pero además, muchas de ellas han demostrado tener gran capacidad de innovación desarrollando negocios al margen de lo que hacen en la casa. La economía rural se sostiene fuertemente en las mujeres y por eso es necesario que surjan iniciativas para ellas que sean valoradas, reconocidas y remuneradas.
No obstante, ellas como muchos habitantes de las zonas rurales se enfrentan a barreras que no permiten su desarrollo pleno. ¿Cuáles son los principales obstáculos que han detectado?
Fuera del potencial que tienen, las jóvenes rurales son uno de los grupos más vulnerables porque se enfrentan a varias desigualdades que las colocan en desventaja frente a otros colectivos. Se puede decir que viven una triple discriminación por ser mujeres, por ser rurales y por ser jóvenes. Por ello, el gran reto es cambiar los patrones culturales con sesgo de género, pero esto es lo más complicado porque implica cambiar formas de ver las cosas de las personas que las marginan, pero también de las instituciones y de ellas mismas, que no reconocen lo importante que son para sus familias y comunidades. Hemos encontrado que hay un punto de quiebre en sus vidas, que es alrededor de los 16 y 22 años. Ahí es donde aparecen las dificultades para que desarrollen sus expectativas de tener una vida autónoma y deben enfrentar grandes obstáculos para acceder a mayores y mejores oportunidades y conseguir un desarrollo pleno.
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