La semana pasada comenté sobre algunos aprendizajes democráticos deseables dentro de la coalición de gobierno. Esta vez quiero referirme a los de la oposición.
Así como sectores habituados a ser oposición deben aprender a ser oficialismo, sectores habituados al manejo del poder deben aprender a ser oposición. Podría decirse que desde los años del fujimorismo ha habido una coalición de intereses informales en el poder, que han pasado solo en parte por el orden institucional y el sistema de partidos, y que articuló políticos, tecnócratas, dueños de medios periodistas, empresarios y otros grupos de poder de facto.
Esta coalición difusa e informal perdió espacios durante el gobierno de transición de Paniagua y algo durante el gobierno de Toledo, pero recién es con este gobierno que se percibe un cambio, lo que no implica una “ruptura de relaciones”, al menos hasta el momento. Esto abre un escenario inédito para quienes antes eran oposición y hoy oficialismo, novedad que se expresa en la dificultad para asumir responsabilidades que antes se endilgaban fácilmente a los oficialistas de antes.
Pero también hay un escenario inédito para la oposición. Ahora se enfrenta con un gobierno que maneja una retórica y promueve iniciativas que plantean el cambio y la inclusión social, frente a las cuales es difícil oponerse. No es rentable hacer oposición levantando la simple continuidad con el pasado o la pura defensa de los intereses de los grandes inversionistas. Las líneas de crítica tienen que partir de compartir los mismos objetivos, pero objetar la eficiencia en su realización, o acusar de inconsecuencia y falsedad a las autoridades. Para sectores que no se han caracterizado en los últimos años precisamente por su preocupación respecto a la implementación de políticas sociales eficaces o su sensibilidad social, es difícil hacer planteamientos creíbles.
Esto ayuda a entender el reciente debate en el Congreso a propósito de la presentación de la ministra García Naranjo. De un lado se responde a los cuestionamientos con retórica política y poco “propósito de enmienda”, y del otro se objetan cuestiones poco sustantivas, como las actitudes personales de la ministra.
El funcionamiento de la democracia requiere de una oposición responsable y constructiva. Necesitamos que ella construya una propuesta política que compita con el gobierno planteando mejores maneras de conseguir los objetivos de inclusión social, así como demostrando mayor compromiso con el tema. Tarea difícil para quienes han sido gobierno; mejores oportunidades tendrían los sectores aglutinados en la Alianza por el Gran Cambio, pero para ello tendrían que dejar de actuar solo reactivamente, y construir un proyecto político. Mientras ello no ocurra, la oposición de verdad no estará en el Parlamento y los representantes políticos, sino en poderes que no están sujetos a controles democráticos.
Fuente: Diario La República