La semana pasada propuse criterios para evaluar el discurso presidencial del 28 de julio. Hoy quiero hacer lo mismo respecto a los cuatro años del segundo gobierno de Alan García. Un criterio muy benigno sería comparar la situación del país en 2010 con la de 2006; desde este ángulo parece claro que hemos mejorado, aunque podría decirse que no lo suficiente. Pero se trata de un criterio muy complaciente, considerando la existencia de un entorno internacional en general favorable para el crecimiento del país (lo que sí cabría reconocer es que se evitó que la crisis internacional de 2009 nos haya golpeado con más fuerza).
Pero no se trata de alabar la inercia, el haber corrido una ola venida de afuera. ¿Qué grandes iniciativas y reformas ha emprendido y logrado este gobierno? Muy pocas. Se han abierto oportunidades en el sector educación al introducir evaluaciones e incentivos por méritos; en justicia la implementación del código procesal penal es importante, pero no hay mucho más (y acá también se trata de la implementación de iniciativas gestadas en el gobierno anterior).
Un criterio más acertado sería evaluar esta gestión a la luz de las tareas planteadas en la elección de 2006. Recordemos que el gran mandato para este quinquenio fue el combate a la exclusión social, iniciativas para el desarrollo de la sierra y la selva, del sur andino en particular. ¿Qué se hizo al respecto? Muy poco. El programa “Juntos” y otros funcionan razonablemente bien, pero su escala y el no acompañamiento de reformas sectoriales hacen que sus impactos sean significativos solo a un nivel muy local.
De otro lado, en 2006 nos quejábamos de cierta frivolidad, desorden y problemas de corrupción, y clamábamos por la recuperación de la sobriedad institucional y dignidad republicana que impuso Valentín Paniagua durante el gobierno de transición.
Hoy somos un país con instituciones que no se han fortalecido, y en el debate político priman retóricas de confrontación y polarización alentadas por el gobierno, y la percepción de la existencia de redes de corrupción que operan con comodidad en las altas esferas del poder. Finalmente, me asombra la incapacidad para aprender de los errores: véase si no la reacción gubernamental ante las recientes protestas en el Cusco. Apelar a la tesis de la manipulación sin pruebas, exacerbar ánimos ya caldeados, revela una grave dificultad para modificar patrones contraproducentes incluso para el logro de sus propios objetivos.
Aparentemente, la percepción que tiene García es que no necesita más. En medio de todo, la aprobación a su gestión ha aumentado en los últimos doce meses, y el 30% que tiene ahora está por encima del 24.3% de los votos que obtuvo que la primera vuelta de 2006, y muy por encima de la intención de voto que tienen hoy Keiko Fujimori y Luis Castañeda. Y falta un año de gobierno. Suficiente para aspirar a la candidatura de 2016.
Fuente: La República (08/08/2010)