El 28 de julio el Presidente cumplió cuatro años de gobierno, pero también nuestros congresistas, y cabe hacer una evaluación de su desempeño. Para empezar, evitemos el lugar común antipolítico y facilista de tomar al Congreso como descarga de todas nuestras frustraciones; finalmente, los congresistas están allí porque fueron elegidos por sus respectivos votantes. Esto no quiere decir que la evaluación deje de ser exigente: es evidente que las cosas no han funcionado bien. ¿Dónde han estado los problemas?
Si comparamos el Congreso 2001-2006 con el actual, mi impresión es que retrocedimos, incluso desde ese punto de referencia.
Creo que antes tuvimos algunos liderazgos fuertes en las bancadas principales, relativamente sensibles a temas programáticos, que permitieron que algunos temas importantes entren en agenda y se trabajen con un mínimo de seriedad. En Perú Posible teníamos a Henry Pease, Carlos Ferrero o Luis Solari; en el Apra a Jorge del Castillo, en Unidad Nacional a Ántero Flores-Aráoz, entre otros. El problema principal en ese Congreso fue la debilidad de la bancada oficialista, con un transfuguismo que generaba mucha incertidumbre. Con todo, el mayor margen que tuvo la oposición, que llegó a presidir el Legislativo, creó una dinámica más equilibrada.
En el Congreso actual, por el contrario, no hemos tenido liderazgos de peso en las bancadas, y la debilidad y transfuguismo en la oposición hizo que el oficialismo tenga una mayoría cómoda, que minimizó el papel del Legislativo. En esa mayoría la bancada del Apra ha tenido como prioridad la defensa del Ejecutivo, los fujimoristas tuvieron una agenda muy particularista (pero no pudieron evitar la condena de su líder), UN nunca tuvo un perfil claro, y la UPP se fraccionó, y acompañó esa mayoría con negociaciones de bajo costo. La oposición se redujo al Partido Nacionalista, que ha pagado el precio de la inexperiencia y de la debilidad de su partido, y a la pequeña Alianza Parlamentaria entre AP y Somos Perú. Lo poco significativo que hizo este Congreso se dio cuando exhibió alguna autonomía frente al Ejecutivo, que nunca llegó a cuajar.
De otro lado, las reglas de juego del Congreso han conspirado también contra un mejor funcionamiento, y lo hicieron más vulnerable a los acomodos políticos. Seguimos padeciendo una conducción en la que la Mesa Directiva y la junta de portavoces deciden las cosas con gran arbitrariedad y escasa transparencia. Hacia adelante debemos fortalecer los partidos, las bancadas, y lograr que la Mesa Directiva funcione sobre la base de una agenda legislativa clara, resultado de un debate sobre cuáles son los problemas que requieren atención prioritaria, y consolidar una dinámica en la que el debate, la consulta con la sociedad civil y el diálogo de los representantes con los ciudadanos de los departamentos que representan sean parte de la rutina. Eso, para empezar.
Fuente: La República (15/08/2010)