La semana antepasada escribí un artículo con algunos “consejos” para la izquierda; los amigos Carlos Mejía, desde su blog “Bajada a bases” y Alberto Adrianzén desde su columna en La Primera tuvieron la generosidad de responderme de manera crítica e inteligente.
En mi artículo, tomando algunos ejemplos de la coyuntura reciente, decía que urgía cuestionar un esquema según el cual sectores de origen popular se identifican automáticamente con el “bien común”; en donde el “pueblo organizado” y sus dirigentes representan a quienes dicen representar; y en donde lo popular aparece como un mundo de intereses armónicos que se contrapone con el mundo de los “de arriba” también monocromáticamente excluyente. Tanto Mejía como Adrianzén sostienen que ese sentido común ya habría sido superado, y parecen reafirmarse en el camino de lograr la unidad o confluencia de los “hombres, mujeres, jóvenes, asalariados urbanos y rurales, independientes, estudiantes y demás ciudadanos que en colectivos, partidos y movimientos están trabajando por cambiar de verdad este país” (Mejía). Eso está muy bien, pero me pregunto si ese es el camino que llevará a representar el “mundo popular”. Recordemos que la simple sumatoria de los colectivos dispersos puede dar un resultado muy pequeño: quizá no tanto como la suma de los votos de Villarán, Diez Canseco y Moreno en 2006, pero nada sustancialmente diferente de ello.
Otro camino complementario es el de buscar la representación de las comunidades, sindicatos, organizaciones en conflicto, que expresarían los límites del “neoliberalismo”. Pero no veo por qué esa estrategia tendría éxito, cuando antes la intentaron Washington Román, Nelson Palomino, Alberto Pizango y otros. Ahora la “esperanza” estaría en Gregorio Santos o Marco Arana. Cabe preguntarse si la izquierda no tiene ninguna autocrítica que hacer a la manera en que esos líderes han conducido la protesta en Cajamarca, o la manera en que Patria Roja ha enfrentado la huelga del Sutep, por ejemplo.
¿Por dónde lograr entonces la ansiada representación? Obviamente no pretendo tener la respuesta, pero una pista es cómo interpretar hoy el legado político de lo que José Matos llamó en 1984 el “desborde popular”. Carlos Iván Degregori, Nicolás Lynch y Cecilia Blondet, en Conquistadores de un nuevo mundo (1986) sugerían que ese “desborde” podría discurrir por cauces “democratizadores” e implícitamente sugerían que la izquierda debería intentar representar el mundo de organizaciones populares de barrio que describen en su libro. El tema es que por lo menos parte importante de ese mundo popular está siendo cada vez más de “clase media”, por lo menos en sus aspiraciones, y cada vez menos “ideológico” en sus concepciones del país; a ese mundo la izquierda tiene muy poco o nada que decirle, y para ese mundo la izquierda es vista como parte del “viejo orden”, no una alternativa novedosa y atractiva.
Fuente: La República (7/10/12)