Sigo con temas relacionados con la discriminación a propósito de la publicación de la segunda edición de «El laberinto de la choledad: páginas para entender la desigualdad» (Lima, UPC 2012), de Guillermo Nugent. La nueva edición cuenta con dos ensayos adicionales, un prólogo de Jorge Nieto, una introducción y un posfacio, en el que el autor reflexiona sobre la vigencia de su libro veinte años después de la primera edición.
Si bien el Perú de 2012 se muestra muy diferente al de 1992, la intención polémica del libro sigue siendo justificada por la sorprendente vigencia de las ideas que cuestiona. Esto hace que las tesis que defiende sigan sonando atrevidas, a pesar del tiempo transcurrido.
Nugent denunció en 1992 la persistencia de jerarquías discriminadoras en el Perú, expresadas en la imagen artificiosa de una “arcadia colonial”. Como respuesta a las migraciones y los cambios en las ciudades, las élites criollas buscaron recomponer un esquema de jerarquías y exclusiones en el que “cada uno tenía su sitio”, precisamente cuando lo que empezaba a hacerse más evidente era la mezcla y el encuentro entre mundos antes separados. En ese “laberinto” se forjó una jerarquización a través del “choleo”, en donde uno siempre es choleado por alguien y uno siempre cholea a otro, dependiendo de las circunstancias. En esta manera de denunciar la discriminación, Nugent reivindicaba implícitamente el espíritu democratizador proveniente desde abajo, y cuestionaba la idea según la cual ella era producto de una herencia de exclusión antigua, estática, mantenida a través de tiempo sin mayores cuestionamientos.
En la actualidad, para Nugent, el desafío de la lucha contra la discriminación sigue siendo vigente, pero en los últimos años se habría sustituido la tesis de la vigencia de una “tradición autoritaria de la herencia colonial” por la de considerar al racismo como la “patología central de la vida social peruana”. En esta lectura, la discriminación se fundamenta en la exclusión o subordinación de aquellos de origen indígena, perdiéndose de vista lo más importante, que es la “proliferación de formas particulares de inclusión para evitar formas generales de inclusión”. En este esquema, lo racial es un componente, pero no el más importante de la ecuación. Nugent caracteriza estas prácticas como fundadas en lo que antes se llamaría prácticas “gamonalistas” y que hoy califica como “encadenamiento jerárquico de argollas”.
Creo entender que Nugent sugiere que la denuncia del racismo como fuente de discriminación de alguna manera libera a todos de responsabilidad en la construcción de estas jerarquías excluyentes (nadie, o muy pocos, se consideran racistas, o lo son solo como “último recurso”): por el contrario, casi todos somos cotidianamente parte o víctimas de diferentes tipos de “argollas”. Otro de los puntos fuertes del libro, nos invita a una introspección, todos somos parte del problema, no es un problema de los “otros”.
Fuente: La República (16/12/2012)