La semana pasada comentaba el libro En los márgenes de nuestra memoria histórica, de Max Hernández, en el que, desde el psicoanálisis y otras herramientas, se pasa revista por momentos clave (¿episodios traumáticos?) de nuestra historia. Decía que en el libro se podía entrever una tensión entre la detección de la continuidad de grandes problemas históricos y el reconocimiento de esfuerzos reiterados, aunque infructuosos, tanto en las élites como a nivel popular, por romper con ellos. Hacia el final, el autor nos señala que “cuando se trata de experiencias traumáticas, el psicoanálisis busca la reconciliación de la persona consigo misma a través de la aceptación de una verdad particularmente difícil de asumir”; “el doloroso legado emocional de nuestra historia espera ser elaborado desde una nueva perspectiva (…). El momento es propicio pues la población mestiza, una anomalía dentro de la lógica del sistema colonial, es parte de la realidad que las nuevas corrientes de integración, transculturación y sincretismo van conformando”.
¿Qué contornos debería tener esa “nueva perspectiva”? Debería ser una que, sin dejar de ser crítica, mire también nuestra historia sin caer en anacronismos (exigir de los actores del pasado actuaciones basadas en los criterios que manejamos en el presente) o en expectativas infundadas (exigir desempeños que no se dieron en ningún país de características similares al nuestro). En el marco de esta discusión, es interesante leer el reciente libro En el nudo del imperio. Independencia y democracia en el Perú, editado por Carmen Mc Evoy, Maurio Novoa y Elías Palti (Lima, Instituto de Estudios Peruanos e Instituto Francés de Estudios Andinos, 2012).
En este libro, diversos autores analizan la independencia del Perú resaltando su importancia en nuestra historia; no es que nada hubiera cambiado después de la independencia por la continuidad de los legados coloniales, sino que ella “supuso no solo un giro político drástico, sino también un verdadero trastocamiento cultural”. Lo que ocurrió fue un “vuelco radical en cuanto a los principios sobre cuyas bases se fundará el sistema institucional”, dando paso a la democracia, al principio de soberanía popular, que “una vez proclamada, habrá de buscar modos de expresarse empíricamente, hacerse efectiva”. Desde esta perspectiva, no solo tendríamos la persistencia de herencias coloniales, también una tradición republicana y democrática sobre la cual construir, cuestión especialmente relevante de cara a nuestro bicentenario. En el libro, la colonia no se percibe como pura exclusión y violencia, y la independencia no se ve como una aventura liderada por fuerzas “extranjeras”; por el contrario, rescata algunas bases que dieron estabilidad al orden colonial, la participación tanto popular como de las élites locales en la independencia, proceso visto de manera continental, donde la contraposición entre lo “nacional” y “extranjero” no tiene sentido.
Fuente: La República