Martín Tanaka: Huaycán y la encrucijada limeña

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Hacia 1987 era estudiante de sociología y practicante en la Oficina de Participación Vecinal de la Municipalidad de Lima, durante la gestión de Alfonso Barrantes. Me tocó apoyar diversos trabajos en el proyecto especial Huaycán, en el distrito de Ate; en aquel tiempo, cuando no existían los celulares, internet o el correo electrónico, cualquier comunicación entre la municipalidad y los dirigentes de la comunidad implicaba que alguien debía llevar una carta desde un lugar al otro, o llevar un afiche o aviso para pegarlo en alguna pared, y ese era básicamente mi trabajo. Claro que entre ir y venir uno se quedaba y conversaba tanto con dirigentes, vecinos, como con funcionarios de la municipalidad, y recuerdo esos años con mucho cariño y gratitud, como una extraordinaria experiencia de aprendizaje.

 

El proyecto Huaycán de alguna manera quería replicar en la década de los años ochenta lo que Villa El Salvador significó en la de los setenta: una comunidad “autogestionaria”, basada en una ocupación ordenada y planificada, en la que la participación y el “protagonismo popular”, la promoción de la vida vecinal, el encuentro en espacios públicos, eran algunos de los valores que la regían. Todo se expresaba en una particular manera de planear la construcción de las viviendas, de las manzanas, de las zonas, alrededor de “Unidades Comunales de Vivienda”, y era parte por supuesto de un discurso de izquierda que se planteaba como alternativo a los valores del individualismo promovido por lógicas de mercado. Sin embargo, lo que rápidamente se pudo comprobar era que ni los dirigentes ni vecinos estaban convencidos de las bondades de esta lógica, que muchos preferían un diseño y una lógica de construcción más convencional, con más autonomía familiar e individual, para quienes la acción colectiva era percibida como una herramienta útil para resolver algunos problemas comunes, pero no como una apuesta de largo plazo. De hecho, como en todos los barrios de Lima, la vida asociativa fue muy intensa en las primeras etapas de la habilitación urbana, pero –una vez cumplidas– la lógica tiende a ser más familiar e individual.

 

En estos días, la experiencia de Huaycán ha vuelto a mi memoria. Lima enfrenta este domingo (hoy), en el fondo, una encrucijada parecida: optar entre seguir una lógica convencional, tradicional, que si bien ha hecho de Lima una ciudad caótica e insegura, también ha generado los espacios y oportunidades para el progreso de las familias, aunque a un alto costo social; o apostar por una nueva lógica de ordenamiento urbano, que en teoría puede funcionar mejor, pero cuyos resultados son difíciles de percibir e imaginar para muchos ciudadanos, sus supuestos beneficiarios; y que trasuntan también los límites de razones tecnocráticas y de sus dificultades para entenderse con el sentido común y la “razón práctica” de las personas. Eso es lo que está en juego para Lima y los limeños.

 

Fuente: La República (17/03/2013)