Durante la campaña electoral y antes de la toma de mando del actual mandatario, se discutía sobre qué características tendría su gobierno: algunos vaticinaban que se parecería al gobierno de Chávez en Venezuela (autoritario, estatista), otros al de Lula en Brasil (crecimiento con redistribución mediante políticas sociales). En aquel tiempo comenté que la comparación con Lula era razonable, pero que su gobierno implicaba también conflictos con el ala izquierda de su partido, que terminaban en divisiones; así como la aparición recurrente de escándalos de corrupción, que felizmente en nuestro caso no han aparecido.
Si seguimos haciendo comparaciones, podríamos decir que el gobierno de Humala enfrenta problemas similares al de otros que llegaron al poder con agendas “progresistas” en los últimos años. Estas izquierdas ganaron en medio de una gran ambigüedad: de un lado, fueron herederas de una tradición “nacional–popular” asociada al populismo tradicional; es decir, una lógica según la cual lo central es recuperar un “control nacional” de los recursos naturales, para destinarlos a esfuerzos redistributivos e industrialistas, arrebatándolos de intereses transnacionales, oligárquicos. Y del otro, llegaron al poder de la mano del fortalecimiento de movimientos indígenas y agendas ecologistas, más bien contrarias a lógicas “extractivistas” y que apuestan por un modelo de desarrollo “alternativo”.
Vistas así las cosas, los dilemas de Humala no se ven muy diferentes a los que enfrentan otros gobiernos de izquierda: encontramos políticas de “recuperación” o “nacionalización” de recursos naturales como el gas y el petróleo en Bolivia y Argentina, pero sin mayores preocupaciones ambientales o sobre la sostenibilidad a largo plazo de estas iniciativas; la propuesta de construcción de grandes obras de infraestructura en Brasil o Bolivia, pero que enfrentan serias objeciones por sus impactos ambientales y la oposición de la población afectada por las mismas; y en general, el progresivo distanciamiento y la movilización de organizaciones sociales en contra de gobiernos que supuestamente los representaban. A estas alturas, Rafael Correa y Evo Morales enfrentan ya la oposición de los movimientos indígenas, por ejemplo.
Pero así como hay similitudes, hay también grandes diferencias: la principal es que Humala no cuenta con fuerza propia, ni con un partido ni con un núcleo político o intelectual o técnico de confianza, ni cuenta él con la formación y el liderazgo suficientes para avanzar en un camino de transformaciones, ni ha implementado una política de cooptación de individuos o grupos que le permitan suplir la ausencia de cuadros propios. Es esa orfandad la que crecientemente lo “derechiza”, esa es su debilidad principal. Si Humala quiere recuperar la posibilidad de que su gobierno tenga alguna significación y no sea más que la continuidad de los anteriores, debe retomar su espíritu reformista, en la línea propuesta por la “Hoja de Ruta”. Es la lógica que debería primar en el recambio ministerial antes del 28 de julio próximo; para ello, es imprescindible ampliar la base de sustentación de su gobierno, crecientemente ensimismado.
Fuente: La República