Continúo con ideas presentadas la semana antepasada sobre qué lecciones podríamos aprender de la comparación del gobierno de Lula con el gobierno del presidente Humala.
En los últimos días hemos empezado a conocer los primeros nombramientos de funcionarios en los puestos clave de la administración pública, y la imagen general que surge es que estamos, como era inevitable que suceda, ante un panorama muy variopinto y complejo, en donde aparecen personajes que despiertan entusiasmo, otros dudas y otros cuestionamientos abiertos; que además configuran varias “alas” y tendencias relativamente contradictorias, por lo que la tarea de coordinación del presidente de Consejo de Ministros, Salomón Lerner, aparece como clave y complicada.
Algo parecido le pasó al presidente Lula, a pesar de contar con el respaldo de un partido fuerte que lo respaldaba. El “giro al centro” del Partido de los Trabajadores, clave de su éxito electoral y político, también implicó abrir la convocatoria a nuevos sectores, resquebrajar un tanto las identidades y lealtades tradicionales, manejar tensiones internas y presiones cruzadas. Así por ejemplo, la política amigable con la gran inversión, evaluada como necesaria para mantener el crecimiento, terminó alejando a sectores tradicionales de izquierda vinculados a los movimientos sociales, tensión que se expresó finalmente en la renuncia al PT de Marina Silva, ex ministra del Ambiente (a propósito, la misma tensión entre inversión y protección del medio ambiente la enfrenta Evo Morales).
Por otro lado, a lo largo del gobierno se dieron diversas escándalos de corrupción, que pasaron por serias denuncias de financiamiento ilegal de su campaña electoral, la implementación de un sistema de sobornos para comprar votos de parlamentarios de oposición, que involucraron y llevaron a la renuncia de altos funcionarios, algunos muy cercanos al presidente Lula. Recientemente, con el nuevo gobierno de Dilma Rousseff, se dieron las denuncias del cobro de comisiones por parte de ministros para ganar contratos de construcción de infraestructura, y de aumentos muy llamativos en el patrimonio de altos funcionarios, sin relación con sus ingresos declarados, que también obligaron cambios en el gabinete ministerial.
A pesar de todos estos problemas y escándalos, el presidente Lula evitó, y hasta el momento la presidenta Rousseff ha logrado evitar, que ellos afecten su imagen y aprobación ciudadana, al demostrar firmeza en la conducción general del país y por actuar rápidamente deslindando responsabilidades. El presidente Humala debe tener esta experiencia como referente. Los más grandes desafíos de Lula no estuvieron tanto en asegurar la marcha de la macroeconomía, sino en, por un lado, cómo lidiar con disidencias y críticas de sectores de izquierda y, por el otro, con la proliferación de prácticas de corrupción por parte de operadores políticos de su entorno.
Fuente: Diario La República