Históricamente, podría decirse que ha habido dos grandes tipos de derechas en nuestros países: unas han logrado tener arraigo popular y ser competitivas electoralmente. En estos casos, los sectores populares votan por la derecha siguiendo lógicas tradicionalistas, y están bajo el control o la hegemonía de poderes locales conservadores; de allí que la derecha suela ser más fuerte entre los pobres de las ciudades pequeñas y en las áreas rurales, y debilitarse en las ciudades más grandes. Encontraremos este patrón en Colombia, México, Brasil antes de Lula, Paraguay, o en muchos países de Centroamérica (Perú también hasta antes de Velasco, y cambió con la reforma agraria, que destruyó las elites tradicionales).
En los países con derechas fuertes, los sectores conservadores pueden aceptar sin mayor angustia el juego democrático, confiados en que sus partidos defenderán sus intereses. No es casualidad que los países con más tradición democrática, como Costa Rica, Chile, Uruguay, Colombia, Venezuela, hayan contado con partidos socialcristianos o conservadores importantes, capaces de llegar al poder por la vía electoral, o de ganar importantes espacios de poder.
En otros países las derechas no han tenido arraigo popular: allí, las aperturas democráticas y los procesos electorales llevaron al triunfo a partidos populistas o de izquierda, y el temor de los grupos de poder terminó propiciando golpes de Estado. Este patrón puede verse en países como Perú, Argentina, Ecuador o Bolivia.
Con la democratización de la década de los 80, los golpes de Estado resultaron inviables; sin embargo, el fracaso de las políticas populistas y estatistas, y la posterior hegemonía neoliberal, permitió que se aplicaran políticas de derecha, con o sin partidos de derecha. Es más, viejos partidos populistas y de izquierda aplicaron políticas que preservaron los intereses fundamentales de la derecha, como el justicialismo argentino con Menem, el APRA con García, el PRI mexicano, el MNR boliviano con Sánchez de Lozada, la concertación chilena, el PT en Brasil o el Frente Amplio uruguayo. El problema para la derecha aparece cuando fuerzas populistas o de izquierda construyen hegemonía e intentan implementar sus propias políticas, como en Venezuela, Bolivia o Ecuador.
En general, podría decirse que las derechas más “civilizadas” son las que se han visto obligadas a ampliar sus plataformas y establecer coaliciones para conquistar el voto popular o enfrentar enemigos mayores, como en Chile durante la dictadura. En Perú, la derecha liberal democrática se forjó en su enfrentamiento a Fujimori; su desafío es ser competitiva electoralmente, dejar de ser partido limeño de clases medias y altas. Otros sectores añoran los años del autoritarismo, o se cuelgan del saco de liderazgos populistas, como los de García y ahora Humala. Pero se trata siempre de apuestas riesgosas, de allí que se viva al borde del ataque de nervios, que refuerza sus reflejos más tradicionalistas.
Fuente: La República