La semana pasada comentaba sobre la paradoja peruana, ser al mismo tiempo líder en crecimiento económico y reducción de la pobreza, y el país con los menores niveles de legitimidad de sus instituciones políticas en toda la región. Esta coexistencia debe ser explicada, para poder evaluar si durará o si se resolverá, ya sea porque aumente la legitimidad institucional o porque se acaba el dinamismo económico.
Decía que la clave para entender esto está en la naturaleza de nuestro Estado: una parte funciona bastante bien, aquella asociada al manejo de la macroeconomía, caracterizada por una gestión “tecnocrática”, altamente profesionalizada, mientras que otra funciona muy mal, precisamente aquella asociada a la atención del ciudadano (combate a la pobreza, salud, educación, acceso a la justicia, seguridad ciudadana), sectores tradicionalmente utilizados para hacer clientelismo y pagar favores políticos. Al mismo tiempo, en algunas regiones se han desarrollado capacidades de gestión y se implementan políticas eficaces, mientras que en otras la descentralización parece ahondar los problemas existentes previamente. Creo que las diferencias entre sectores pueden explicarse por presiones de actores internacionales y domésticos, interesados en asegurar el buen desempeño económico, mientras que los temas sociales no contaron con una coalición suficientemente fuerte y articulada. De otro lado, en cuanto a las diferencias regionales, parece crucial el papel del liderazgo político.
Si estas ideas son plausibles, podemos entender las diferencias estatales que dan cuenta de la paradoja. La pregunta a continuación es ¿cómo es posible esta coexistencia? ¿Por qué la falta de legitimidad de las instituciones y la debilidad de los actores políticos no “estorba” la dinámica de crecimiento? La respuesta está en que “la política” se ha vuelto cada vez menos relevante para la toma de decisiones en materia macroeconómica, consecuencia de la debilidad de los partidos. Ella responde más a lógicas tecnocráticas, a consensos entre expertos nacionales e internacionales, que a decisiones derivadas de la composición del parlamento, o del balance de poder de fuerzas partidarias dentro del poder ejecutivo. En los últimos gobiernos, no ha habido ni el interés, ni la fuerza necesaria para cambiar este modo de hacer las cosas, que, por lo demás, está dando buenos resultados. “La política” sí importa para decisiones que afectan el funcionamiento de la burocracia y los sectores sociales, y allí sí impactan fuerte y negativamente la inestabilidad, el clientelismo, la ausencia de políticas de Estado, la corrupción, etc.
¿Durará esta paradoja? ¿El crecimiento permitirá superar los problemas institucionales y políticos, o ellos terminarán tirándose abajo el crecimiento? Si en alguna parte deberíamos poner nuestra atención y mejores esfuerzos es precisamente en mejorar la calidad del Estado en los sectores sociales y en todo el territorio. Este es el desafío más importante para el Perú de las próximas décadas.
Fuente: La República