La semana pasada me preguntaba sobre las razones por las cuales no tenemos una derecha liberal democrática con arraigo popular en nuestro país, y decía que una de las razones podría ser que las tradiciones intelectuales de nuestros liberales se alimentaban principalmente de corrientes “libertarias”.
Mencionaba que después de la crisis de 1929 la economía capitalista y la democracia como régimen se legitimaron ampliamente en el mundo noroccidental en torno a un gran consenso socialdemócrata (que competía con el socialismo como modelo alternativo), en donde la libertad individual se construía sobre la noción de que correspondía al Estado generar las oportunidades para el desarrollo de la ciudadanía, base a su vez de la legitimidad democrática. El medio para ello fueron las políticas sociales y de bienestar.
El asunto es que desde la década de los años setenta el consenso socialdemócrata empezó a crujir, manifestándose problemas de inflación, déficits fiscales, recesión, estancamiento de la productividad, lo que llevaba a crecientes niveles de protesta y movilización social. Es en este marco que se desarrollaron las corrientes libertarias que tuvieron como preocupación principal la reducción al mínimo del papel del Estado y la ampliación máxima de los mercados y de la iniciativa privada. Ronald Reagan en los Estados Unidos y Margaret Thatcher en Inglaterra durante la década de los años ochenta fueron los grandes referentes políticos de estas propuestas. La década de los años noventa fueron años de búsqueda de un equilibrio entre mercado y Estado (expresión política de ello fueron las presidencias de Bill Clinton y Tony Blair), que todavía no se ha logrado, de allí que en la actualidad tanto el capitalismo neoliberal como la socialdemocracia aparezcan deslegitimadas y en crisis, y eso es lo que está en discusión en el actual contexto electoral en los Estados Unidos o en Francia.
El debate está abierto. El tema es que las principales posiciones liberales en el mundo se sitúan ya sea a la derecha o a la izquierda de las alternativas principales de los sistemas de partidos, mientras que las posiciones libertarias se ubican en el extremo derecho, en posiciones cada vez más radicales, y es de esas posiciones de las que parecen alimentarse muchos de nuestros liberales nacionales. Una cosa es ser liberal criticando al Estado y promoviendo la privatización de empresas y actividades públicas, y otra muy distinta es ser liberal combatiendo los monopolios y los privilegios que obtienen actores privados poderosos coludidos con funcionarios públicos inescrupulosos. Una cosa es defender la libertad individual contra la intromisión del Estado, y otra luchar por el reconocimiento de la igualdad de todos los ciudadanos y estar en contra de la discriminación. Todas estas posturas se inspiran en nociones liberales, pero sus consecuencias políticas son muy diferentes. El problema con esto es que nuestra derecha tiende a ser más conservadora y defensora del statu quo que liberal y reformista.
Fuente: La República