Trabajo en el Instituto de Estudios Peruanos, así que me he impuesto reseñar solo excepcionalmente alguna de las muchas y muy buenas publicaciones de nuestro sello editorial. Esta es una de esas ocasiones, dada la importancia del libro Memorias de un soldado desconocido. Autobiografía y antropología de la violencia, de Lurgio Gavilán, con prólogo de Carlos Iván Degregori y con la colaboración de Yerko Castro (Lima, IEP – Universidad Iberoamericana, 2012).
En el libro el autor, de 39 años, cuenta parte de su alucinante biografía: es prácticamente un niño campesino analfabeto que se integra al senderismo, ascendió de militante miembro de la “fuerza principal” a “camarada”, casi muere en un enfrentamiento con el ejército, un teniente lo salva y lo integra al ejército. De adulto se convierte en instructor militar y participa en acciones contrasubversivas. Luego se vuelve aspirante, novicio y misionero para convertirse en sacerdote franciscano. No termina ese camino, luego estudia y se gradúa de antropólogo de la Universidad San Cristóbal de Huamanga. En la actualidad es estudiante de doctorado en la Universidad Iberoamericana en México, becado por la Fundación Ford.
Si bien podría decirse que nada de lo que el autor relata no ha sido analizado ya en alguna parte de los nueve volúmenes del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, el gran mérito del libro es que aborda esa temática en primera persona, dando cuenta de la cotidianidad tanto de la vida senderista como de la vida del ejército en misiones contrasubversivas. Así, resulta estremecedora en la descripción de Gavilán entrever la humanidad de quienes perpetran crímenes espantosos. El autor es testigo y partícipe de acciones senderistas de gran crueldad que tienen como víctimas a miembros del ejército, de comunidades campesinas, y del propio senderismo (los mandos senderistas asesinan a adolescentes que se quedan dormidos haciendo guardias nocturnas, por ejemplo).
Observa también cómo en medio del conflicto comuneros y comunidades se enfrentan y se matan entre sí. En el ejército observa asesinatos de detenidos, la detención de mujeres luego forzadas a prostituirse y luego asesinadas. En medio de esto, está la vida cotidiana de seres humanos con miedos, sueños, rencores, de personas que en el fondo no decidieron estar allí, en un mundo sin ley ni derechos, donde la vida prácticamente no vale nada, donde cayeron por no tener mejores oportunidades.
El relato de Gavilán sugiere que la militancia senderista en el campo fue una opción que buscaba alguna forma de integración, que responde a una búsqueda de sentido (que se politiza por una prédica que proviene de la escuela pública, que difunde una narrativa histórica de pura opresión, primero de españoles, luego de chilenos, al final de todos los gobiernos). De allí que para el autor no haya sido tan extraño el pasaje del senderismo al ejército y a la iglesia.
Fuente: La República (12/11/2012)