A la luz de varios acontecimientos recientes, me atrevo a sugerir algunas ideas que considero deseable que fueran asimiladas por la izquierda.
La reforma del transporte en Lima, el desalojo del mercado de La Parada y el traslado a Santa Anita y otros sugieren que operar bajo el supuesto de que sectores populares o de origen popular se identificarán con el “bien común” o el “interés general”; y de que el “pueblo organizado” y las “organizaciones de la sociedad civil”, y sus dirigentes en efecto representan a quienes dicen representar, constituye una gran ingenuidad política. Al mismo tiempo, desafíos como el de la revocatoria sugieren que la democracia directa no siempre es mejor que la representativa, y que la “iniciativa popular” puede ser “capturada” por intereses particularistas. En otras palabras la noción de que “el mundo popular” es un mundo de intereses armónicos que se contrapone con el mundo de los “de arriba” también monocromáticamente excluyente no parece ser una guía suficiente para la acción política en nuestro país. De este modo, nociones centrales en el discurso tradicional de la izquierda, que reivindican el protagonismo o “empoderamiento” popular, el trabajo con organizaciones sociales, con dirigentes populares, la promoción de la participación como alternativa o complemento a la democracia representativa está muy bien, pero resulta muy insuficiente a estas alturas.
La izquierda necesita no solamente un programa de gobierno, también un diagnóstico actualizado de la realidad social peruana. Acaso uno de los grandes problemas que explican las desventuras de la izquierda es que no entiende el país, a pesar de contar con un importante grupo de académicos e intelectuales: más precisamente, el problema es que la visión de ese grupo aparece cada vez más alejada de lo que sucede en el país. Más precisamente aún: en general, las ciencias sociales tienen, tenemos, el reto de repensar y entender mejor el país.
Por otro lado, diversos grupos de izquierda inician nuevamente conversaciones en función de crear nuevos partidos y constituir un nuevo frente político. ¿Cómo evitar repetir la historia que empieza con la declaración de buenos propósitos y la propuesta de construir la unidad sobre la base de un programa, sigue con debates y desacuerdos, desencadena una división en medio de acusaciones destempladas y termina con la postulación improvisada de diferentes grupos, algunos trepándose a carros ajenos y otros presentando candidaturas sin ninguna opción? Acaso habría que partir por sincerar los proyectos y preferencias políticas y no forzar la unidad de lo que no es unificable; pero ser conscientes también de que las diferentes alternativas de izquierda no están como para darse el lujo de ser excluyentes y celosamente principistas. Lo importante es que la izquierda “conecte” con una sensibilidad popular que le ha resultado esquiva, más cercana a la derecha y al populismo.
La próxima semana, lecciones para la derecha.
Fuente: La República (23/09/2012)