La semana pasada comentaba sobre algunos escenarios probables para el futuro de Venezuela, parte de una preocupación más grande por los legados que dejan regímenes autoritarios. Decía que lo más probable es que, después de Chávez, el régimen imperante caiga y Venezuela se democratice en lo político, y que en el nuevo escenario el Partido Socialista Unido de Venezuela tienda a desaparecer, ambas cosas como consecuencia del personalismo extremo del presidente Chávez.
Ciertamente no es un destino inevitable. Algunos regímenes altamente personalistas han sido capaces de sobrevivir a su líder fundacional: ello ocurre cuando existe una buena “segunda línea”, con la calidad, experiencia, ascendencia dentro de la organización, control del Estado, y capacidad de ponerse de acuerdo en un mecanismo de convivencia y sucesión. Varios regímenes de partido único ilustran esto, como el cubano, por lo menos hasta el momento. Ahora bien, es mucho más difícil para estos regímenes sobrevivir al pluralismo político que a la muerte de sus líderes fundadores. El Partido Comunista Soviético, por ejemplo, se desplomó con la democratización; de allí que ni en China ni en Cuba el pluralismo esté en agenda. Desde este ángulo, es notable la continuidad del PRI mexicano, capaz de sobrellevar tanto los desafíos de la sucesión, de la democratización y de la alternancia en el poder. Es que el reto aquí es no solamente mantener el partido unido, también mantener el atractivo político y electoral para los ciudadanos en general. En ocasiones, ambos objetivos están relacionados, en tanto puede ocurrir que los dos dependan del mantenimiento de las redes clientelares y de patronazgo tradicionales.
De otro lado, ¿qué pasa con la democratización posterior a estos regímenes autoritarios? Sabemos que después de contextos dictatoriales, cuando los sistemas de partidos previos eran fuertes, los viejos actores partidarios previos reaparecen y retoman sus posiciones, como en Chile o Uruguay. Cuando no hay tradiciones partidarias fuertes, o las que había se debilitaron, pues de lo que se trata es de empezar de nuevo, como en Brasil o Ecuador, y como probablemente suceda en Venezuela.
Vistas las cosas desde este ángulo, el Perú aparece, para variar, como un caso enigmático. Caído el fujimorismo, envuelto en escándalos de corrupción, dividido el núcleo básico de poder que le dio sustento, parecía condenado a una lenta extinción. De otro lado, no teníamos partidos previos muy fuertes, de allí que el toledismo con Perú Posible haya aparecido como eje de la transición. Sin embargo, luego el Apra volvió al poder con García, después de haber estado minimizado, y después Keiko Fujimori revitalizó un fujimorismo en declive, y esos actores disputan el espacio con otros nuevos. Para variar, en Perú aparecen en simultáneo y coexistiendo caminos que en otros contextos aparecen como alternativos.
Fuente: La República (21/10/12)