Como a muchos, a mí también me ha dado mucho que pensar el pedido de inscripción del “Movimiento Por Amnistía y Derechos Fundamentales” (Movadef) en el registro de partidos políticos. Se ha comentado bastante sobre el desconocimiento de los jóvenes en general respecto a lo ocurrido durante lo que la Comisión de la Verdad y Reconciliación llamó el “conflicto armado interno”, y se ha expresado preocupación en tanto ese desconocimiento podría dar margen para un resurgimiento del terrorismo. Se ha pedido que la escuela pública informe a los jóvenes, y que los partidos políticos hagan trabajo en las universidades.
Bien vistas las cosas, lo que el Movadef ha hecho es hacer evidentes los límites de las maneras en que como sociedad hemos enfrentado el tema de la memoria de lo ocurrido en esos años. En primer lugar, la desinformación es la expresión natural de una ciudadanía desinteresada en los asuntos políticos. Según la encuesta “Perfil del elector” del Jurado Nacional de Elecciones de 2010, un 67% de los peruanos declara tener poco o ningún interés en la política, y el porcentaje sube al 71% en Lima. Esto es consecuencia de una esfera pública empobrecida en los últimos veinte años, al amparo de discursos antipolíticos y de reducción de espacios de debate y deliberación, que los medios de comunicación masivos en general, lejos de contrarrestar, refuerzan.
También hay un problema de cómo recordar y procesar sucesos tan traumáticos. Una encuesta del Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la Universidad Católica, de finales de 2006, mostró que, a pesar de que una gran mayoría teme que esos sucesos puedan repetirse, un tercio de los limeños piensa que “es mejor olvidar y no remover el pasado”, porcentaje que sube hasta un 58% en Huánuco y Junín, y a un 64% entre los ayacuchanos. De allí la importancia de que la memoria vaya acompañada de justicia, reparación, reformas institucionales, políticas de desarrollo.
Esto respecto a la actitud que tenemos como sociedad frente a lo ocurrido.
Otro tema es lo que sucede en las universidades. En realidad, la existencia de militantes del Movadef no es resultado de la desinformación: por el contrario, es consecuencia de la manera en que funciona buena parte de la escuela y la educación superior pública, siguiendo patrones autoritarios, de mala calidad, excesiva ideologización y dogmatismo en torno a un “empobrecido marxismo de manual”, tal como fue señalado por la CVR.
Se suele presentar allí una narrativa derrotista y fatalista sobre el país, una imagen falsamente crítica que lo presenta como víctima inerme de siglos de injusticias y explotación sin esperanza de cambio. De allí a denunciar a la democracia y a sus instituciones como una farsa y a asumir que la redención solo vendrá con una revolución dirigida por una vanguardia que implicará un alto costo de sangre, no hay demasiada distancia. ¿Qué hemos hecho desde las universidades y desde las ciencias sociales para combatir estas visiones?
Fuente: Diario La República