La dinámica política actual podría llevarnos a escenarios muy complicados, y lo peor es que sin razones de fondo para ello. Nos estamos deslizando por una pendiente autodestructiva fruto de un exceso de apasionamiento, de malos entendidos, de malos diagnósticos de lo que está ocurriendo.
Con la caída del Consejo de Ministros presidido por Salomón Lerner y la entrada del de Óscar Valdés, no hubo cambios sustantivos, salvo en un asunto, que es precisamente el que propició el cambio: el manejo de los conflictos sociales. La coyuntura de Conga le habría demostrado al presidente Humala que no se puede confiar en la izquierda radical, y que la moderada no contaría con el punche necesario para hacerle frente.
Al perder los operadores y relaciones que Lerner le proporcionaba, con todas sus limitaciones, el gobierno responde cada vez con menos reflejos políticos, descansa cada vez más en los aparatos policiales y la asesoría de inteligencia, al igual que el gobierno anterior, de allí que tienda a mirar las protestas con lentes conspirativos y a responder de manera represiva. Esto lleva al alejamiento del ala izquierda del gobierno y a una actitud cada vez más beligerante de otros grupos de izquierda. Conforme la izquierda se radicaliza, el gobierno se convence cada vez más de que la línea dura es la línea correcta. Las recientes declaraciones de Gregorio Santos, insinuando el llamado a una movilización para provocar la caída del gobierno parece confirmar la necesidad de la “línea Valdés”: con quienes protestan no habría que negociar, porque lo que quieren realmente es tumbarse al gobierno, y no les interesa ni los problemas ambientales, ni el desarrollo de los pueblos.
Al mismo tiempo, esta respuesta estatal hace creíble para algunos el discurso de que este gobierno cambió definitivamente de naturaleza, de que se trata de un gobierno autoritario, por lo que corresponde es arrinconarlo y derrotarlo. Así, sectores progresistas todavía vinculados al gobierno pasan a ser enemigos, no aliados; la creciente hostilidad contra el gobierno hace que personalidades independientes se distancien, y que le resulte cada vez más difícil a Perú Posible aparecer como colaborador. Si las cosas siguen así, a Humala solo le quedará una alianza con el fujimorismo para poder gobernar; no por convicción, sino empujado por la dinámica de polarización.
Es hora de que todos los actores políticos y sociales hagan un alto, respiren hondo y reflexionen sobre las consecuencias de las acciones que están tomando. El gobierno debe entender que debe recomponer sus relaciones con sus electores originales y con la izquierda, o con una parte de ella, elemento imprescindible para abrir espacios de diálogo. Que el camino puramente represivo termina en el suicidio político, que no debe alejarse de Perú Posible, ni de sectores liberales institucionalistas. Y la izquierda (o la parte más sensata de ella), debe entender que empujar y dejar sin opciones al gobierno es la mejor receta para su propia derrota. Todavía hay mucho espacio para que el gobierno de Humala sea un gobierno de centro izquierda, que combine crecimiento con redistribución. No será en absoluto un gobierno revolucionario, pero tampoco uno “autoritario neoliberal”; pero es la mejor opción, dadas las circunstancias, para hacer avanzar una agenda progresista.
Fuente: La República