He recibido interesantes comentarios por mi último artículo sobre la «alianza apro-fujimorista» (ver artículo anterior) entre ellos, los de Mirko Lauer en La República y de Nelson Manrique en Perú.21. Ahora quiero tratar el tema general de cómo se perfila el juego de presiones entre los actores políticos para influir sobre el rumbo de un gobierno que aparece regido por una lógica de corto plazo, que resuelve ‘pragmáticamente’ según las circunstancias.
Empecemos por los grupos de poder empresarial y algunos tecnócratas liberales: para ellos, las cosas marchan muy bien y, para que sigan así, la consigna parece ser ‘no hacer olas’. García ha aislado el manejo macroeconómico, así que las desviaciones populistas se le perdonan; hay que colaborar, en tanto no se atente contra la estabilidad de los contratos. Además, el Apra asegura un manejo político de los problemas medianamente eficaz, al menos mucho mejor que con Toledo. No muy lejos de esta lógica está la UPP, con importancia en el Congreso, pero no fuera de él; juegan a presentarse como un socio confiable, como la mejor opción para una alianza formal, garantizar mayoría en el Congreso, a cambio de poco.
En el otro extremo se hallan quienes buscan encabezar la oposición: Ollanta Humala y Lourdes Flores. Humala puede cuestionar frontalmente el manejo del Gobierno, desde posiciones de izquierda; para Flores es bien complicado: podría haber jugado la carta de oposición desde un liberalismo reformista consecuente, pero Unidad Nacional ha tenido tantas deserciones a favor del Gobierno, que se ha quedado sin piso. El problema para ambos es que, sin ‘huestes’ que movilizar, están reducidos casi a ser líderes de opinión: sus bancadas congresales no son disciplinadas, tienen escasa presencia en las regiones, nula presencia gremial. Por ahora, juegan a esperar, a ser críticos, esperando cosechar en el futuro cuando el Gobierno se desgaste.
La tecnocracia de izquierda, que rodeó a Paniagua y a Toledo, que compensó su orfandad electoral y social con sus capacidades profesionales y políticas, podría darle a García eficacia y perspectiva; el problema es que no pueden asegurar fidelidad, y proponen reformas complicadas, que García instintivamente rechaza.
¿Y el fujimorismo? Sabe que para el Gobierno sería muy costoso hacer una alianza con ellos;sin embargo, tiene cierta capacidad de presión. Por ello, su estrategia es combinar demostraciones de fuerza (no te conviene meterte conmigo) con algunos quecos (lo mejor es que seamos amigos). Últimamente han aparecido muchos puntos de coincidencia entre ambos, lo que, precisamente, excluye para el Gobierno la necesidad de una alianza (puede recibir sin dar nada a cambio).
El balance para el Gobierno es que cuenta con el apoyo de grupos poderosos y con la oposición de sectores sin capacidad de presión efectiva. Tal vez por eso confíe en que puede empezar a gobernar sin amigos, sólo con el partido. ¿Debemos leer el nombramiento de Luis Alva en este sentido? El tiempo lo dirá.
Fuente: Perú.21