El pasado 14 de abril falleció don Armando Villanueva (1915-2013); el 4 de este mes, Javier Diez Canseco (1948-2013). Villanueva se formó en el APRA insurreccional enfrentando a la oligarquía, y sufrió persecución, cárcel, destierro. Muerto Haya de la Torre en 1979, le tocó expresar la incertidumbre de un partido sin rumbo claro en las elecciones de 1980, y luego seguir al liderazgo de Alan García, que si bien llegó al gobierno, rápidamente se estrelló contra los límites del voluntarismo político. Villanueva asumió gran parte de este pasivo al hacerse cargo de la Presidencia del Consejo de Ministros en 1988 y del Ministerio del Interior en 1989, los momentos más críticos, a los 73 años. Después de esa experiencia, Villanueva asumió el papel de conciencia histórica crítica, de representante del “ala izquierda” del aprismo, pero tendiendo puentes entre diferentes sectores y manteniendo admirablemente su lealtad al partido por encima de todo. Su muerte por ello despertó la congoja de todos los apristas, pero también de todos los sectores del país.
Diez Canseco fue el más claro representante de la “nueva” izquierda formada en la década de los años sesenta, alejada de la ortodoxia comunista soviética, marcada por la revolución cubana y por el maoísmo, y que le tocó enfrentar a un gobierno militar que había abierto la puerta a una gran movilización sindical y campesina. Se formó en una lógica principista, confrontacional, basista, de núcleos disciplinados pero cerrados. El paradigma del revolucionario puro, pero por lo mismo intransigente, excepcional, pero distante. Le tocó vivir el fracaso de ese modo de hacer política con la división de la izquierda en 1989. Diez Canseco retomó el liderazgo en la lucha contra el autoritarismo fujimorista, donde el coraje y el principismo eran imprescindibles. Esto le ganó por primera vez un reconocimiento más allá de sus fronteras partidarias.
A diferencia de Villanueva, que con los años asumió el papel de patriarca y de conciencia crítica, Diez Canseco no llegó a ubicarse del todo en el nuevo escenario político; ganó amplio reconocimiento como tribuno republicano, antes que como el revolucionario que se sentía. El tiempo lamentablemente nos privó de ver su futura evolución política. En los últimos días diversos comentaristas han llamado la atención sobre sus muchas contradicciones y las polémicas que despertó. A propósito creo justo recordar el poema de Bertolt Brecht “A nuestros sucesores”: “Piensa también cuando hables de nuestras debilidades / en la época sombría de la cual has escapado / Pasamos, cambiando de patria más a menudo que de zapatos, / a través de la guerra de las clases, perplejos / cuando solo había injusticia y no indignación / Y, sin embargo, sabemos: el odio, hasta contra la degradación, deforma las facciones. / La ira, hasta contra la injusticia, enronquece la voz / Oh, nosotros, que queríamos preparar el terreno para la amabilidad / no podríamos ser amables”.
Fuente: La República (12/05/2013)