Lee la columna de nuestro investigador principal, Martín Tanaka ► https://bit.ly/2Gdbkqd
La proliferación de bancadas en el Congreso no es más que el síntoma final de una enfermedad que genera una larga cadena de problemas. En nuestro país, en los últimos años tenemos una situación en la que en un extremo tenemos partidos sin políticos y en el otro, políticos sin partido. Los primeros no tienen candidatos suficientes para la elección de Congreso y los segundos quieren desarrollar sus carreras llegando al Congreso, pero no tienen partido con el cual llegar. Se establecen así diversas negociaciones. Por supuesto, no todos los partidos son iguales: algunos tienen algún perfil ideológico y ciertas redes construidas a lo largo de los años (el Apra, AP, las izquierdas, APP desde la experiencia regional y municipal, por ejemplo), con lo que arman listas con un perfil mínimamente distinguible; otros son puro cascarón y sobreviven a pesar de no ganar asientos en el Parlamento.
Algunos partidos son más atractivos que otros para los candidatos, según sus posibilidades de ganar votos de acuerdo a las encuestas. Para los partidos, algunos candidatos son más atractivos, según sus posibilidades de ganar votos, basados en sus trayectorias previas y según la magnitud de los aportes que puedan hacer a la campaña nacional. En estas condiciones, la coherencia y disciplina de los partidos resulta extremadamente baja.
Una vez que los congresistas son electos es difícil lograr que se mantengan juntos. Las bancadas partidarias de origen, conforme el gobierno y el Congreso pierden aprobación ciudadana, dejan de ser un vehículo atractivo para la elección siguiente. Las tendencias centrífugas tienden a hacerse más grandes. Viendo los últimos congresos, tenemos que en el 2001 comenzaron cinco grupos, pero terminaron siendo ocho al final, produciéndose 27 deserciones; en el 2006 comenzaron cinco, pero terminaron nueve, con 46 deserciones; en el 2011 comenzaron seis y terminaron nueve, con 47 deserciones; en el 2016 comenzaron seis y ya vamos por diez, con 37 deserciones.
Como se ve, no es un fenómeno nuevo ni esta vez es la que ha tenido más “cambios de camiseta” (hasta el momento). En el 2001, las deserciones en Perú Posible (pasó de 47 a 32 miembros) hicieron que el gobierno de Toledo perdiera la mayoría y la presidencia del Congreso, y limitaron mucho la capacidad de aprobar leyes.
En el 2006, el gobierno del Apra no sufrió tanto, porque la fragmentación afectó sobre todo al principal grupo opositor, Unión del Perú, que pasó de 42 a quedarse con solo siete miembros. En el 2011, el Partido Nacionalista perdió la mayoría al pasar de tener 47 congresistas a solo 26 y también la presidencia del Congreso, limitándose nuevamente su posibilidad de aprobar leyes. En el Congreso actual es muy probable que Fuerza Popular también pierda la presidencia a partir de julio.
¿El eventual cambio en la presidencia del Congreso (y en las presidencias y composición de comisiones) cambiará mucho las cosas? La capacidad de vetar leyes por parte de FP ha disminuido, pero no desaparecido.
Esta vez necesita construir puentes con otros sectores, no le basta la fuerza propia, y lo puede hacer. Y la capacidad de aprobar leyes de parte del Ejecutivo mejora por el lado del debilitamiento de un eventual veto de FP, pero se ha hecho más trabajoso armar mayoría, al haber ahora más grupos que antes con los cuales negociar.
Las cosas han cambiado, pero no tanto en realidad. Sigue quedando pendiente el reto de fortalecer los partidos y la representación política.