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E l 4 de febrero pasado, el ex presidente Pedro Pablo Kuczynski (PPK) presentó su renuncia irrevocable a la presidencia de su partido, Peruanos por el Kambio (PpK). Que él mismo lo haya tenido que hacer recién ante el Comité Ejecutivo Nacional del partido cuyo nombre corresponde a sus siglas personales dice mucho de las formas de hacer política que se han extendido en los últimos años. Las controversias que se han desatado en los últimos días a propósito de la relación entre el gobierno y la bancada de gobierno también son ilustrativas: ¿Es el gobierno de Vizcarra el mismo que ganó las elecciones del 2016? Por supuesto que sí, en tanto Vizcarra es presidente y miembro de la lista presidencial que encabezó Kuczynski. Sin embargo, Vizcarra no es militante del partido PpK, el presidente del Consejo de Ministros es parlamentario de Alianza para el Progreso; y el ministro de Justicia pertenece a la Bancada Liberal. ¿Gobierno de coalición? De otro lado, la bancada de PpK (el partido) se debate entre estrechar sus vínculos con el gobierno, independizarse del mismo e incluso pasar a la oposición.
Se ha señalado hasta la saciedad que en los últimos años la política se ha poblado de partidos y movimientos personalistas, con débiles perfiles identitarios. En este contexto, si bien PPK no es la excepción, tampoco es que sea una construcción puramente oportunista. Kuczynski es un personaje político de larga trayectoria, de un perfil que podría caracterizarse como de centroderecha, que a lo largo del tiempo tejió una amplia red de contactos y ya había tentado la presidencia en el 2011 con buenos resultados, quedando en tercer lugar con el 18,5% de los votos. En esa ocasión encabezó la Alianza por el Gran Cambio; en realidad, esa alianza tenía como socios principales al PPC y a APP, lo que debe haber persuadido a Kuczynski de la necesidad de contar con un partido propio para las elecciones del 2016. El gran desafío era pasar de un liderazgo capaz de ganar votos en Lima a ganarlos a nivel nacional.
Pese a los esfuerzos de PPK como candidato y de PpK como partido, los resultados en el 2016 fueron muy mediocres. Inesperadamente, Kuczynski pasó a la segunda vuelta con apenas el 21% de los votos, después de una serie de accidentes, pero con una votación concentrada en Lima y Arequipa, y obtuvo apenas 18 parlamentarios con el 16,5% de la votación congresal. El temor y la desconfianza que despertó el fujimorismo, también de manera inesperada, llevaron a la presidencia a Kuczynski. Pero el fujimorismo tuvo un muy buen desempeño en todo el territorio nacional, lo que le permitió, con el 36,3% de los votos parlamentarios, obtener la mayoría absoluta de los escaños. En la carta de renuncia a la que hacíamos alusión más arriba Kuczynski atribuye esta configuración a la cifra repartidora y al voto preferencial, lo que demuestra que, pese al período de reflexión por el que debió haber pasado en los últimos meses, todavía no diagnostica bien los eventos que condujeron a su renuncia.
Tampoco es cierto que ese desenlace se explique por “un complot urdido en la entonces arrolladora oposición parlamentaria”. Esa oposición no tenía los votos suficientes para vacarlo, su caída se explica por su creciente aislamiento, primero respecto a la oposición, después frente a sus propios aliados, producto de una conducta errática e incoherente. Uno esperaría una mejor comprensión de lo ocurrido después de estos meses de introspección.