Ramón Pajuejo. Antropólogo e investigador principal del IEP.
La reciente publicación de la edición peruana del libro Cambios en Puno, del eminente sociólogo francés Francois Bourricaud (1), constituye una buena ocasión para reflexionar acerca de algunas transformaciones que en las últimas décadas han redefinido el rostro de dicha región del país.
Bourricaud culmina su libro haciendo explícita su preocupación por el impacto del proceso de cholificación en la sociedad peruana. Específicamente, el autor se preguntaba si el Perú podía ofrecer un lugar adecuado a este nuevo sector social en ascenso. Medio siglo después, creo que dicha pregunta continúa vigente.
El fenómeno de la cholificación se amplió y profundizó enormemente en las décadas posteriores a la primera edición del libro realizada a inicios de la década de 1960. De hecho, lo ocurrido en la región puneña muestra la magnitud de los cambios sociales y culturales asociados al surgimiento del denominado “grupo cholo”, que según la conocida elaboración de Aníbal Quijano significaba una promesa de nacionalización y democratización “desde abajo” en la formación social peruana.
En Puno los “cholos” se convirtieron de hecho en el sector social dominante. Casi meteóricamente, al mismo tiempo que la capa tradicional de notables fue perdiendo ascendencia, los denominados “cholos” emergieron cambiando para siempre la faz de la sociedad puneña. Rompieron los marcos establecidos de ascenso social, y al hacerlo le otorgaron a la región las características que hoy exhibe: un territorio en acelerado e irreversible proceso de urbanización, con un dinamismo espectacular que en lo económico se vincula fuertemente al despegue de actividades comerciales legales e ilegales, y que exhibe la persistencia de una fuerte disputa –planteada en términos de demanda regional ante el Estado y el resto del país– por el acceso a condiciones de ciudadanía plena.
En la actualidad, casi podría sostenerse que Puno es una región de cholos de la ciudad y del campo, que siguen disputando un lugar de igualdad entre los peruanos. Un lugar –cabe remarcarlo– en el cual la aguda modernización sociocultural que va de la mano con la cholificación, merced a procesos como el acceso a educación, la urbanización, la mayor integración territorial, el desarrollo del mercado, entre otros, no ha implicado la desaparición de las culturas indígenas.
Releyendo lo escrito por Bourricaud, podemos sostener que la formación de una amplia capa social dominante de cholos y mestizos desgajados de los mundos indígenas quechua y aymara, no ha implicado la desaparición de sus rasgos característicos. Las sociedades indígenas lograron procesar el reto de la modernización peculiar que muestra la región puneña –una modernización un tanto desbocada, en la cual puede verse la falta de equivalencia entre dinamismo económico y democratización social– pero aún tienen pendiente la cuestión del lugar que ocuparán en la sociedad peruana del futuro.
Otro aspecto que revela la drástica transformación ocurrida en el altiplano puneño, es que las páginas dedicadas por Bourricaud a describir la ciudad de Puno y la estructura agraria de la zona, si bien muestran inteligencia y resultan incitantes a ojos de cualquier lector del presente, también transmiten el ambiente de un pasado desaparecido y lejano.
Puno ya no es más una pequeña ciudad de notables que a inicios de la década de 1950 era descrita por el autor como una urbe de débil movilidad social. La estructura agraria regional, asimismo, no presenta ni huellas de lo que fueran las haciendas tradicionales. Justamente el “desborde” de movilidad social ascendente ocurrida en la región, así como el colapso del sector terrateniente hacendario, son dos factores vinculados al protagonismo actual de cholos y mestizos quechuas o aymaras, como grupos dominantes en la vida regional.
Finalmente, una sección del libro que guarda especial vigencia en el presente, es la destinada a la descripción de la dinámica cultural, en el contexto de las tendencias de movilidad y conflictividad social. Lo que Bourricaud describe es el complejo cultural profundo de la vida cotidiana indígena, a través de la descripción del funcionamiento de instituciones y creencias en pleno proceso de cambio, o más bien de adaptación a las condiciones de acelerada modernización regional de las últimas décadas.
Lo que puede constatarse es que la aptitud para el cambio no resulta contrapuesta a la reproducción de los patrones culturales. Los rasgos esenciales de la cultura, aquellos patrones invisibles que estructuran –en gran medida al margen de la voluntad de la gente– sus conductas, sus creencias más íntimas y el ritmo particular de su vida cotidiana, permanecen vigentes justamente a través de cambios y adaptaciones constantes. Esto es algo que actualmente –tras el fracaso de las interpretaciones románticas empeñadas en conservar las culturas indígenas como piezas de museo– parece constatable en todas las regiones con una densidad histórica y culturalmente semejante a la de los Andes: la cultura permanece a través de múltiples cambios y adaptaciones a los distintos tiempos históricos ligados a distintas oleadas de “modernización” y “desarrollo”.
En tal sentido, la sociedad puneña actual muestra justamente la vigencia de las culturas indígenas y mestizas o “cholas”, en un territorio que sigue enfrentando el desafío de su plena conformación regional en un país con pleno reconocimiento a la diversidad constitutiva de sus gentes.
Nota:
1) Francois Bourricaud, Cambios en Puno. Estudios de sociología andina. Lima: IEP –IFEA, 2012. Artículo publicado en la revista CABILDO ABIERTO Nro. 67-68. Diciembre 2012-Enero 2013. Puno. Asociación SER.
Fuente: NoticiasSEr.pe