En las últimas semanas hemos asistido a un debate público sobre las formas de comercialización de textos escolares, el tratamiento que estos hacen de la violencia política o el grado de eficiencia en la distribución de los materiales educativos. Sin embargo, la propia existencia de los textos escolares no fue materia de cuestionamiento. Queda claro que la histórica asociación libro/escuela continúa fuertemente instalada en el imaginario social.
El historiador francés Roger Chartier define los textos escolares como una representación del mundo que los produce.Estos son objetos en los que las orientaciones curriculares se hacen evidentes y su uso supone una apropiación por parte de los estudiantes. Para dicha apropiación resulta fundamental la mediación del docente. Es justamente en esta relación (y no en los elementos aislados) entre contenido del texto, apropiación de los estudiantes e intervención de los docentes en que se mide realmente la calidad de los textos escolares y su impacto en el logro de los aprendizajes.
Desde hace más de 20 años, el Estado Peruano ha venido dotando de textos escolares a las escuelas públicas del país.No obstante, este importante esfuerzo –muy valorado por los docentes y las familias, pues en la mayoría de las escuelas públicas estos son el único recurso pedagógico– requiere políticas públicas que lo ordenen, regulen y potencien. Estas políticas de textos deben promover –como lo sugieren las investigaciones de Mariana Eguren, Carolina de Belaunde y Natalia González– esquemas que favorezcan la actualización permanente de los contenidos,así como la formación y el acompañamiento a los docentes en el uso de dichos textos. En tal sentido, el Ministerio de Educación ha iniciado la formulación de una política de textos que recogería lo aprendido en los últimos años.
La presencia de textos escolares en las aulas es incuestionable. Aun cuando en el futuro dichos textos se alejen del papel para asumir formas virtuales, estos seguirán siendo un recurso primordial para la enseñanza y el aprendizaje.
Fuente: El Comercio