En su columna semanal de El Comercio, el destacado economista y director del Instituto del Perú de la Universidad San Martín de Porres, Richard Webb, realiza un balance sobre el aporte del IEP a las ciencias sociales en el Perú durante sus 50 años de actividad. A continuación reproducimos el texto.
La mejor sabiduría es conocerse a uno mismo. Así lo dijo Galileo y, dos mil años antes, Lao-Tsé en China, y seguramente nuestros abuelos repetían la misma lección. ¿Y qué hacemos, entonces, como sociedad, para conocernos? Lamentablemente, muy poco. Por eso corresponde valorar el puñado de instituciones que sí hacen ese esfuerzo, dedicándose sacrificadamente a develar el carácter y el comportamiento de la sociedad peruana. Y entre ellos, ninguno tiene más mérito ni trayectoria que el Instituto de Estudios Peruanos (IEP), entidad que celebra hoy 50 años de existencia. Más aún, el IEP actual es tan admirable y pujante como en sus primeras décadas, cuando fue creado bajo la vigorosa dirección de José Matos Mar.
Además de celebrar, todo aniversario debe ser aprovechado también para hacer un balance, y en el caso del IEP es fácil hacer una relación de logros que pueden medirse a través de sus impactantes publicaciones y de su influencia sobre los debates políticos de la época. Pero la evaluación debe fijarse no solo en lo que se descubrió, sino también en lo que no se descubrió. La prueba ácida del conocimiento es la capacidad para vaticinar.
Desde esa perspectiva, lo que observamos es que el último medio siglo peruano ha sido una verdadera montaña rusa de giros repentinos y drásticos en la economía, política y demografía, incluida la vigencia de tres constituciones que sorprendieron a la intelectualidad.
Podemos contar entre ellos el colapso del poder oligárquico que producirían el golpe militar de Velasco y una reforma agraria radical, el huaico humano del campo a la ciudad que transformó un país rural en urbano, el posterior suicidio de la revolución militar por desmanejo monetario y fiscal, la combinación fatal de hiperinflación, terrorismo virulento y colapso estatal de la década de 1980, el apoyo político que tendrían las reformas de la década de 1990, la magnitud del sostenido crecimiento económico de las últimas dos décadas, el extraordinario despegue de la olvidada economía rural en ese período, el fenómeno de las pymes y la repentina aparición de una industria microfinanciera de talla mundial, y la radical descentralización regional del último decenio.
La desaparición de la izquierda tradicional y las nuevas agendas políticas como la ecología, la etnicidad, la inseguridad ciudadana, la corrupción y la informalidad podrían sumarse.
¿Cómo explicar esa falta de capacidad vaticinadora de las ciencias sociales en el Perú? Cada fenómeno mencionado ha sido materia de un gran número de estudios, tanto en el IEP como en otros centros de investigación, pero lo logrado han sido más fotografías ‘ex post’ que videos de fenómenos siempre cambiantes. Se llega a analizar la cara de cada uno, pero no a adivinar cuál será la próxima imagen en la pantalla.
Se requiere multiplicar el esfuerzo de la ciencia social. La ciencia más difícil de todas es la humana y más fácil es descubrir las leyes de una partícula atómica que las de una colectividad humana. Si andamos tanto a la deriva política y social es que aún no nos hemos dado cuenta de que el descubrimiento de esas leyes requiere un esfuerzo sustancialmente mayor al del pasado. Un buen comienzo sería crear diez IEP.
Fuente: El Comercio (25/11/2013)
Foto: El Comercio