Rolando Rojas: historiador profundiza sobre la xenofobia y la discriminación

Lee la entrevista realizada a nuestro investigador principal, Rolando Rojas, por el suplemento Luces del Diario el Comercio ► https://bit.ly/2MnL0wQ

Quizá, una de las sensaciones más difíciles de superar para el migrante forzado sea esa honda, corrosiva y omnipresente sensación de desarraigo. Esto, sumado a la discriminación o al odio gratuito de los lugareños del sitio de destino, bien puede convertir a la nueva vecindad en un calvario más. Lo sabemos en el Perú, país de propia, y generosa, tradición migrante al que hoy le toca ser anfitrión. Desde una perspectiva histórica, Rolando Rojas ahonda aquí sobre nuestras añejas y bisoñas discriminaciones.

— Desde un punto de vista histórico, ¿cómo interpretar los brotes de xenofobia que estamos experimentando en el país?
Bueno, las migraciones internacionales suelen generar un complejo de sentimientos y de conductas y, efectivamente, brotes de xenofobia, de recelo. Pero, si uno mira bien, este es solo un elemento del fenómeno, porque también hay una suerte de fascinación por lo extranjero, por lo extraño. Son procesos contradictorios. En el pasado, por ejemplo, con la migración china, se ejerció mucha violencia en ciertas coyunturas de escasez, pero también hubo mucha interrelación, y acabaron siendo absorbidos a la cultura peruana, como se puede ver en la comida. A los chinos se les asignaba que malograban el mercado laboral, que cobraban muy barato. Algo parecido a lo que ocurre ahora.

— En el caso peruano podría resultar más extraño aun el rechazo hacia el migrante, siendo nosotros mismos un país de migrantes.
Es llamativo en nosotros, siendo el desarraigo nuestra gran experiencia en la segunda mitad del siglo XX. Esa es una experiencia que nos ha marcado a varias generaciones de peruanos, y llama la atención que del mundo popular uno perciba sentimientos xenófobos contra migrantes que están pasando la misma experiencia que ha pasado el migrante andino, que es desarraigarse de su lugar de origen y arraigar en un nuevo espacio.

— ¿Se puede hablar de una evolución de la discriminación en el Perú?
Sí. En la época colonial temprana, del siglo XVI, la discriminación se daba, sobre todo, por la religión. El español que llega es una persona altamente religiosa, y su aversión hacia lo nuevo, en este caso lo andino, es porque son idólatras. Eso luego se va transformando por aspectos más culturales, sobre ciertas costumbres de los indígenas, pero básicamente tiene esa raíz muy fuerte, que es la religiosa. En el XVIII se empieza a “enriquecer” esto con reflexiones sobre el clima creador de estos individuos particulares: los indígenas de América. Luego, en el XIX, unas décadas después de la Independencia, tenemos más bien lo contrario: una retórica de igualdad, aunque dura muy poco. En la segunda mitad del XIX, y esto no solo ocurre en el Perú, sino en todo Occidente, surgen teorías científico-racistas con la idea de que hay razas superiores a otras, y que esto se puede comprobar por la forma del cráneo y ciertos rasgos físicos. Y en el siglo XX lo que tenemos es una suerte de discriminación que todavía tiene rasgos étnicos, pero donde predominan consideraciones de clase y de educación.

— Anteriormente, en su libro «Desiguales desde siempre», decía que la igualdad era una promesa pendiente del Perú republicano. ¿Es viable en este país?
Claro que es viable. O sea, hay sociedades que son más cohesionadas e igualitarias, y entonces es viable. Solo que no hemos iniciado los procesos que nos llevan a esa igualdad. Cuando se produce la revolución liberal en Europa, en Inglaterra y Francia, una de las primeras medidas que toman simultáneamente a la formación de la república (porque sabían que una democracia no puede funcionar sobre una sociedad profundamente desigual) es disolver los señoríos jurisdiccionales. Estos eran los grandes latifundios en los cuales el duque o el príncipe, y en el caso del Perú el gran hacendado, establecía su dominio extralegal y paraestatal. Estos señoríos europeos tenían su propia administración de justicia, imponían sus propios impuestos, y tenían sus propios ejércitos. Obviamente no podías construir una democracia liberal sobre eso, y lo que se hace es un proceso de disolución. Nosotros, hasta la segunda mitad del siglo XX, hemos tenido siervos, trabajo gratuito y administración de justicia extraestatal en las haciendas de la sierra. Entonces, sobre esa sociedad tú no podías construir un sistema democrático, un régimen igualitario.

— ¿Cuál es hoy el gran escollo para la igualdad en el Perú?
Creo que son dos. En primer lugar, las migraciones internas son en realidad despliegues de energía, y en el Perú del siglo XX, estos grandes despliegues de energía han logrado un montón de cosas sin una contraparte estatal. Piensa en Gamarra y el parque industrial de Villa El Salvador. Pero lo han hecho al margen del Estado y las instituciones, que no los han acompañado. Estamos pasando algo parecido a lo que se vivió en el siglo XIX en Inglaterra, con gente haciendo muchos negocios, pero aquí el Estado no está conduciendo todo ese despliegue de energía con medidas y políticas que lo orienten, produciéndose esto de manera desordenada. Y el otro elemento es la educación. Hay formas complejas de medir la desigualdad que nos ayudan a entender mejor los procesos, y esto tiene que ver con cuánto derecho puede ejercer un individuo

— Cuánta ciudadanía, digamos.
Exactamente. Quienes pueden ser considerados de clase media porque ganan una cierta cantidad no ejercen una serie de derechos que otros individuos, en otros países parecidos, sí ejercen. Por ejemplo, el acceso a la salud, al seguro, estabilidad laboral, pensiones, y una educación de calidad. En las últimas décadas se ha logrado la cobertura total de la población en educación, pero es una educación de muy baja calidad, y esto lo único que hace es reproducir la desigualdad. Porque estás dándoles herramientas inadecuadas o débiles para desarrollarse en la sociedad.

— ¿Estamos forjando ciudadanos de segundo nivel?
Sí. Este Estado solo es capaz de formar ciudadanos de segunda clase. En todos los países, es el Estado el que produce la ciudadanía. No hay otro. No puede ser el mercado.

—En el fondo, ¿cómo describiría la tolerancia?
La tolerancia es la aceptación de lo diferente, de que hay individuos que pueden amar, conocer, vestirse, pensar distinto a otro. La tolerancia es la aceptación de lo diverso, de lo heterogéneo, y en el Perú nos ha costado mucho porque probablemente hemos sido uno de los países más heterogéneos cultural, social y geográficamente, y hemos vivido hasta bien entrado el siglo XX con la idea de que a este país había que homogeneizarlo: un etnocidio, es decir, acabar con nuestra etnicidad. El gran sueño de los liberales del XIX era que la escuela convirtiera a un indígena en alguien urbanizado, que hablara español, que abandonara el quechua y sus costumbres. La escuela era como una máquina para estandarizar individuos.

— ¿Y cómo interpretar el hecho de que se subraye la nacionalidad de los migrantes venezolanos cuando se habla de algún crimen?
Ahí lo que afloran son impulsos xenófobos. Si tenemos 300 mil migrantes y ocurren dos o tres crímenes, eso es estadísticamente irrelevante, no representa nada, pero es exaltado por ese deporte nacional que es el rumor y el chisme, la satanización.

— ¿Cómo alcanzar este ideal de igualdad?
El cómo no es un secreto. Ha ocurrido en todos los países modernos que se han constituido como naciones con una ciudadanía fuerte. Son procesos de crecimiento económico con un Estado que va construyendo ciudadanía a partir de universalizar servicios y derechos. A inicios del siglo XIX, en Inglaterra, los niños trabajaban 16 horas, eran explotados bajo condiciones terribles. Obviamente, ahora en Inglaterra uno no va a encontrar nada de eso. ¿Qué ha ocurrido? Ha ocurrido que ese gran despliegue de fuerzas productivas que empezaron a desarrollar la revolución industrial fue conducido por un Estado que fue regulando y limitando el poder que suelen emerger con estos procesos. El Estado ha ido montándose en ese caballo, en ese despliegue de energías, y lo ha ido conduciendo hacia una sociedad cohesionada y armónica.

— Y acá no hay jinete.
Exactamente. O nuestro jinete está cojo y manco, y conduce muy mal. Nuestro país es un caballo desbocado. No tenemos una élite ni un Estado capaz de conducirlo. Piensa en la película “Pandillas de Nueva York”. Así como aparece, así era, no nos están engañando. Pero llega un momento en que el Estado tiene que poner orden, y conduce y produce el Nueva York que todos conocemos ahora. Las fuerzas sociales, económicas, humanas, necesitan fuerzas institucionales que las reordenen y lleven a un cierto bienestar colectivo.

PUBLICACIONES
Magnicidio e historia regional

En la reciente Feria Internacional del Libro en Lima, Rojas presentó dos obras editadas por el Instituto de Estudios Peruanos. La primera, de su autoría, es «Cómo matar a un presidente», en la que se relatan, con pericia narrativa, los asesinatos de Bernardo Monteagudo, Manuel Pardo y Sánchez Cerro.

La segunda, de la cual Rojas es editor académico, es la primera entrega de una necesaria colección de historias regionales. El volumen, a cargo de los historiadores Mario Meza y Víctor Condori, se titula “Historia mínima de Arequipa. Desde los primeros pobladores hasta el presente”. Según Rojas, esta colección es «un intento de rescatar el papel protagónico que han tenido las regiones en nuestra historia nacional, para poder mirarnos como un país heterogéneo, muy diverso histórica, social y culturalmente».